Opinión

La conspiración

A veces –muy pocas, no teman– doy crédito a lo de Soros y Bill Gates por un segundo. Dejo entonces entreabierta la posibilidad de que todo esto haya sido creado, inoculado. De que haya alguien que esté pergeñando un planeta menos poblado de viejos y más controlable por los dispositivos móviles y menos industrial y más limpio y, en definitiva, más a su gusto sibarita y epicúreo. Un planeta de élites, sin protagonismo para las inmensas hordas de seres anónimos que somos mayoría y que hemos llegado al poder desde el siglo XX apenas.

Son las veces en que compruebo que el mundo resultante del coronavirus es, efectivamente, más cómodo, al menos para los pudientes. Las playas (me está tocando viajar con el programa) están encantadoramente despejadas, hay hamacas disponibles, no hay colas en las duchas, la gente no se hacina. El medioambiente después del confinamiento está límpido, las aguas más claras, los campos rebosantes de animales y plantas, cae lluvia abundante del cielo. El crecimiento indefinido de las economías ha dejado de ser aceptable, si se produce al coste de la sostenibilidad. Las personas se distancian más naturalmente y en los restaurantes y bares se vuelve al despacho tú a tú, sin autoservicios.

Pienso en las familias que se han quedado sin medios de vida. O en los ancianos que han muerto en las residencias. En los innumerables negocios arruinados. Y me da vergüenza regocijarme en estos extremos. Y eso me hace preguntarme si no habrá uno, el Otro, el que manda sobre todos, que está satisfecho en extremo.