Opinión

Presunción de culpabilidad

Las sentencias firmes suelen hacer bueno en muchos casos el dicho de que la justicia siempre acaba llegando… pero cuando ya todo el mundo se ha marchado. Si hay algo no precisamente pequeño, eso es el elenco de carreras políticas y vidas personales que quedaron destruidas tras ser objeto de acusaciones que finalmente no se pudieron demostrar. Ha ocurrido y seguirá ocurriendo, porque por mucho que se vocifere el respeto a la acción judicial, los tribunales en según qué ocasiones se convierten involuntariamente y con el aderezo de algunos ruidos mediáticos en los mejores aliados de determinadas estrategias políticas. El ex presidente Felipe González clamaba hace días en el desierto de reivindicar la presunción de inocencia para el rey emérito, dado que hay una acción judicial sin concluir en Suiza y que una buena parte de las informaciones que aparecen sobre algunas de sus actividades proceden de personajes no precisamente ejemplares. La defensa de ex presidente tenía mucho de clamor, no solo por el respeto a Juan Carlos I sino por lo que debiera ser una más clara salvaguarda de la monarquía como institución. Y es que, a diferencia de lo ocurrido con personajes políticos absueltos de presuntos delitos pero con sus vidas y carreras echadas a perder, en el caso de una jefatura del estado y una institución clave de bóveda del sistema, el daño sería mucho mayor por traspasar la particularidad de las personas y afectar directamente a un paraguas que cubre a la totalidad de ciudadanos en la España constitucional dando alas a quienes tienen como único objetivo el acoso y derribo de la monarquía parlamentaria. El que fuera jefe del Estado alemán Christian Wulff tuvo que dimitir como presidente tras una acusación de corrupción que finalmente no se pudo sostener en los tribunales, pero ya era tarde, su vida especialmente en el terreno personal quedó dinamitada. En España tenemos casos similares para dar y tomar, cuya demostración de su inocencia en última instancia se acababa reduciendo a alguna columna perdida en prensa o algún titular en medios audiovisuales, tras haber sufrido con anterioridad las peores «penas de telediario». El ex presidente socialista de Castilla y León fue el caso pionero al que siguieron Loyola de Palacio, Rita Barberá, Soria, Imbroda, Albiol y una lista bien nutrida, recordatorio al que habría que añadir algunos recursos de la «Gürtel» todavía en espera de una resolución que tal vez no se corresponda demasiado con las razones que impulsaron aquel «espíritu» de la moción de censura a Rajoy. Resulta como poco curioso el criterio de selección a la hora de dar toda credibilidad a algunas informaciones procedentes de las llamadas «cloacas» mientras se condena lo vomitado por estas en otras direcciones. Tal vez por ello algunas prisas no sean buenas consejeras, mayormente porque lo que está en juego es algo más que la situación de una persona. Lo que está en juego si se dan pasos en falso es la integridad y solidez futura de la propia monarquía. Eso explica tanta «excitación».