Opinión

Otra hora de España (Entre 2014 y 2020)

Hablaba Azorín en 1924, en su discurso de ingreso en la RAE, de «Una hora de España» (Entre 1560 y 1590). Un tiempo en la cosmovisión azoriniana marcado por la dramática inflexión traída en la noticia del «desastre» de la Invencible. ¿Había sonado para España una hora decisiva? Nadie tenía certeza de ello pero la cuestión abocaba al pesimismo. Sin embargo, cualquier tragedia resultaría superable con los valores trascendentales del ideal que informaba aquella sociedad. Un país cuya potencia militar empezaba a declinar, aunque mantenía la enorme riqueza de su cultura y de sus gentes. Entonces, diría Gabriel Maura, Felipe II meditaba en la hora trágica culminante de nuestra Historia.

Muchos otros acontecimientos jalonaron la andadura hispana en los siglos posteriores, con algún episodio en el que hubimos de reencontrar nuestra propia razón de ser. La llamada Guerra de la Independencia, por ejemplo, constituyó en otra encrucijada decisiva, el hecho fundente y fundante de la España contemporánea; coincidieran en ella, o no, la lógica del sentimiento y la de la razón. No sería el único momento definitivo. Azorín viviría en carne propia el espasmo noventayochista, cuando España sufría otro instante de tribulación, por el comportamiento falaz de sus dirigentes y la pereza crédula de los ciudadanos. Un regeneracionismo retórico indujo a los más jóvenes a la radicalización y al discurso rupturista con lo anterior. El propio José Martínez Ruiz, que después manifestaría su talante conservador, llegó a parecer un «audaz revolucionario».

En cualquier caso, un nexo común hizo posible superar los momentos de prueba: el sentimiento de Patria. Una atmósfera sutilísima espiritual, y también material, que envolvía a todos. Primero en la fe común y más tarde en la Nación, articulada por las instituciones, los ferrocarriles, los libros, los periódicos… Asentada sobre la tradición y la modernidad, de encaje no siempre fácil. En este sentido afirmaba Azorín que los hombres de cuatro siglos antes y los de finales del Ochocientos eran esencialmente los mismos. Compartían el sentido de la trascendencia y una misma Historia.

En otro contexto, un reto más cercano, pero igualmente significativo en ese camino hasta la actualidad, lo afrontamos entre 1975 y 1978 en la llamada Transición política que, aunque algunos se empeñen ahora en condenarla, asombró al mundo. Una excepción en el desgraciadamente habitual conflicto de pasiones que, tantas veces, nos había impedido lograr la paz interior fruto del civismo.

Los acontecimientos obligan a reflexionar sobre «Otra hora de España» (Entre 2014 y 2020) en esta circunstancia crítica. Apenas en un sexenio se agolpan las enormes dificultades ya existentes cuando Felipe VI iniciaba su reinado, las que podían preverse y aún más. A la persistencia sin apenas respiro de la crisis económica, manifestada desde 2008, con sus secuelas sociales de desempleo y frustración; la sensación de injusticia que la corrupción ampara; las tensiones separatistas; la creciente insolidaridad; la estructura de una Administración pública hiperdimensionada; la deriva política marcada por una partitocracia aberrante para la propia democracia; la pésima educación, etc… vinieron a sumarse nuevos desafíos.

Desde el otoño de 2017 entramos en una continua pesadilla. La proclamación de la república en Cataluña; la suspensión timorata de la autonomía durante siete meses; la moción de censura contra Rajoy, respaldada por los partidos anticonstitucionales; las elecciones de abril y noviembre de 2019, con variaciones sensibles en el protagonismo de algunos partidos, aunque con la misma inestabilidad como resultado, y un clima de hostilidad y degradación de la convivencia, inficionado por la mentira. A todo esto se suma, en los últimos meses, la peste que seguimos sin dominar, pese al confinamiento de la población, con su procesión de muertos ocultos en la noche. La España de Felipe II sabía bien que el vaho de un enfermo o un jarro de agua bastan, a veces, para ocasionarnos la muerte. La de Felipe VI lo ha descubierto bruscamente.

La quiebra económica nos pone a los pies de Europa. La imagen del país se degrada allende nuestras fronteras. Todo fluye a velocidad vertiginosa ante el asombro y la desorientación de muchos. Una voz, la de S.M, con un discurso de palabras claras, busca generar la esperanza y la confianza en nosotros mismos, desde la solidaridad y el esfuerzo, imprescindibles para superar estos momentos difíciles. Una hora en la que algunos pretenden robarnos nuestra Historia y el sentimiento patriótico. El rey que, en esta festividad de Santiago apóstol, medita acaso sobre la situación, no es el viejo monarca que miraba al mundo desde el entorno escurialense, anonadado por la tristeza. El de hoy es un hombre joven, prudente como su homónimo, preparado para su función, con la experiencia de un jefe de Estado en plena madurez, que cumple día a día lo que el artículo 56 de la Constitución le exige. Incluso cuando soporta la deslealtad del gobierno de S.M. hacia la Corona.