Opinión

El derecho a discrepar

La publicación en la revista Harper’s de una carta firmada por más de ciento cincuenta intelectuales reclamando el derecho a discrepar no ha generado en nuestro país la misma repercusión que en otros países, y quizá sea porque precisamente lo que se denuncia es una lamentable realidad en España; llama la atención por el grado de pluralismo que se desprende de una simple identificación de todos los firmantes. El objeto central de su denuncia es como desde la izquierda activista, que no intelectual, se concita una suerte de cuestionamiento, cuasi extrañamiento democrático, de aquellos que discrepan de su línea oficial de posicionamiento frente a todo tipo cuestiones, cercenando el derecho a la discrepancia. La intransigencia con la que se desenvuelve la izquierda mediatico-opinadora horada uno lo principios básicos de la democracia, el derecho a opinar y a criticar con libertad, el derecho a mantener posturas discrepantes de la línea oficial marcada por los opinadores de izquierdas. Pareciera que solo opinando desde la izquierda y apostado por la línea oficial que se impone, se puede acudir a debates públicos, de tal suerte que el que discrepa no es cuestionado objetivamente por sus tesis, sino que simplemente es tachado de ultraconservador, fascista u otro calificativo todavía peor. En España la realidad se agrava ante el permanente alineamiento de esta corriente puritana de izquierdas con los posicionamientos del gobierno de izquierdas. La dictadura del pensamiento único en los sectores izquierdistas de EE.UU. ha ganado mucho terreno, especialmente en las universidades y en los medios de comunicación, y en España, en estos últimos no cabe duda de su posición asfixiantemente mayoritaria, convirtiéndose o por lo menos intentando convertirse, en auténticos prescriptores-censores frente a la opinión pública. Existe una corriente de generación de opinión oficial que cuestiona y envía al ostracismo a quien ose mantener posturas distintas o distantes; esto entraña un peligro real para la democracia, puesto que la savia de la misma es precisamente la contraposición de ideas, el debate en libertad, y esta última, está amenazada, no de forma directa como en las dictaduras, sino de una forma más sutil y a la vez más difícilmente atacable. Se abusa de la libertad de opinión precisamente para cercenar esta libertad expulsando a los que no siguen las ideas que se imponen.