Opinión

Cuando se ovaciona a la miseria

Necesitamos respuestas rápidas y eficaces que no pueden aguardar ni encomendarse únicamente a una financiación europea, que tardará

Los índices adelantados como las previsiones de la totalidad de los gabinetes de estudios de entidades nacionales e internacionales habían previsto un más que severo impacto de la pandemia en la riqueza nacional, en línea con un fenómeno de carácter global. Pero las cifras de la contabilidad nacional, que publicó ayer el Instituto Nacional de Estadística (INE), retrataron un escenario casi inabordable de colapso dramático, desconocido para nuestro país en la historia contemporánea y casi con seguridad en tiempos de paz. Todas las variables de la actividad nacional ofrecieron un balance dantesco, inherente a la práctica paralización en seco de un Estado. Aunque con posterioridad repasaremos algunos de los parámetros de este caos, cuesta entender cómo en esta coyuntura que, sin duda, el Gobierno no podía ni debía ignorar, el presidente y su corte de aduladores parlamentarios ofrecieron la teatralización patética y bochornosa de una ovación cerrada de ofrenda a un líder que presentó su presunta victoria europea sobre los rescoldos de una economía calcinada con millones de ciudadanos y sus familias condenados a un horizonte de pobreza y necesidad. Pedro Sánchez y quienes lo jalearon sabían que las risas, los abrazos y los aplausos en esa bancada socialcomunista a reventar contra todo criterio sanitario y racional resonaron sobre una España cuyo PIB se desplomó el 18,5% en el segundo trimestre del año respecto del primero y el 22% en términos interanuales, lo que significó perder todo lo ganado desde 2002.

En cualquiera de los casos, el mayor batacazo de toda la serie histórica, una recesión técnica con visos de depresión. Los palmetazos en la espalda de los ministros y los diputados de la izquierda pasaron como si tal cosa sobre la realidad de que nuestro país encabeza la nómina de los retrocesos en toda Europa, con el doble que la media comunitaria, y muy alejado de países como Alemania (-11,7%), Bélgica (-14,5%) e incluso Italia (-17,3%) y Francia (-19%) en cifras interanuales, sin que un solo responsable tuviera el coraje de ofrecer a los españoles una explicación mínimamente digna sobre por qué fuimos los peores del mundo frente al coronavirus, y lo somos ahora ante los rebrotes y la economía. Todo lo contrario. El discurso de Pedro Sánchez es que la recuperación ha comenzado. Aún ayer, en medio de la España en recesión, no se apartó de ese guión vergonzoso. Ese lo peor ha pasado, que repitieron las terminales gubernamentales, representa un eslogan indigno en un escenario en el que el consumo se contrajo un 21%; la inversión, el 22%; el comercio, el 40%; las exportaciones, el 33%; los servicios, el 22%; la industria, el 23,8%; la construcción, el 29,9%, la renta familiar, el 13% y la de las empresas, el 26%.

O también para un país líder en desempleo, con un 40% de paro juvenil, y en el que las personas sin puesto de trabajo o con subsidio público son más que las empleadas. Ante esta coyuntura apocalíptica, Sánchez aprovechó la Conferencia de Presidentes de ayer para parapetarse en la ayuda europea como la panacea contra esta crisis de la que eludió su dimensión catastrófica y para hacerse fuerte en su carácter mesiánico como el gran salvador que logró los milagrosos fondos de reconstrucción que él también obtuvo y que gestionará directa y calculadamente sin cogobernanza que valga. Como desde hace meses, ni una palabra concreta ni una acción específica para reactivar la actividad, nada que se aparte de la propaganda, la imagen y el abrazo. Nada conocemos de las reformas pendientes ni de cómo articulará la colaboración con el sector privado y estimulará la reactivación y la creación de empleo. Solo que el dinero se centrará en la transición digital y la ecológica, la igualdad de género y la cohesión social, los mantras de una retórica oportunista, pero no de una economía sólida y pujante. Necesitamos respuestas rápidas y eficaces que no pueden aguardar ni encomendarse únicamente a una financiación europea, que tardará. España debe hacer su parte, preguntarse por qué nuestra economía responde tan mal ante cualquier adversidad, reparar esos desequilibrios que nos lastran y actuar con decisión en todos los terrenos y con todos los activos públicos y privados.