Opinión
Hemingway, enamorado y comunista
He leído «Hemingway en otoño», de Andrea di Robilant, que acaba de aparecer en Hatari! Books, 2020. Su objetivo es analizar la historia de amor entre el célebre escritor y la joven veneciana, Adriana Ivancich, treinta años menor que él.
La tesis de Robilant es que Adriana alegró platónicamente la vida de Hemingway, inspirándolo e impulsándolo en algunos de sus últimos trabajos, como «Al otro lado del río y entre los árboles», y «El viejo y el mar».
Entre cientos de páginas muy bien escritas y varias estupendas fotografías, el lector disfruta de esa historia, entre maravillosa y patética, de dos personas que fueron incapaces de asumir plenamente su vida. Pero casi no hay una sola palabra sobre política, salvo al final, cuando se nos informa de que a Hemingway no le gustaba Fulgencio Batista, y que el FBI lo vigilaba desde la Revolución Cubana. Se sugiere incluso que esa vigilancia empeoró la salud del escritor, poco antes de su suicidio.
En realidad, las simpatías de Hemingway por el comunismo son conocidas. John Ford, que matizó la influencia del macartismo en Hollywood, y que estaba lejos de ser un simpatizante de McCarthy, reconoció que la influencia comunista en el cine no había sido tan grande como se decía, salvo en un caso: «De todas las películas filmadas en Hollywood sólo una apestaba a comunismo y seguía las consignas del partido. Era el numerito titulado ‘Por quién doblan las campanas’. Esa seguía la línea marxista de arriba abajo» («El capitalismo en seis westerns de John Ford», en Economía de los no economistas, LID Editorial, 2011, capítulo 1).
Pero Ernest Hemingway no fue simplemente un simpatizante lejano del comunismo. Para ponderar su cercanía con esa ideología y con ese sistema criminal conviene leer otro libro: Stephen Koch, «El fin de la inocencia. Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales», que publicó hace un tiempo Tusquets.
Este notable volumen relata la historia de cómo los comunistas soviéticos, al mismo tiempo que asesinaban a millones de trabajadores, montaron una espectacular campaña de intoxicación en Europa y Estados Unidos, para conseguir adeptos y propagandistas entre escritores, periodistas, artistas y cineastas. Lo consiguieron. Uno de ellos fue Hemingway.
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