Opinión

Memoria, historia, política

En muchas ocasiones se opone la memoria a la historia, y se afirma que la primera es algo subjetivo, personal y selectivo, mientras que la historia vendría a ser, siguiendo el modelo clásico de Tucídides, una reconstrucción del pasado lo más objetiva posible. Es cierto, pero conviene añadir algunos matices. Durante mucho tiempo convivieron memoria e historia. El estudio y la divulgación de la primera tenían su espacio. La memoria, por su parte, designaba la forma en la que la comunidad, o una parte de ella, hacían suyo el pasado, no en forma científica o con pretensiones de tal, sino en forma de recuerdos vividos o transmitidos por la propia sociedad. Así ocurrió en nuestro país entre 1975 y 2005, y muy en particular en lo referido al asunto de la Guerra Civil. Existía una historia que se iba construyendo en función de los nuevos intereses y los nuevos conocimientos, y una memoria muy viva de lo ocurrido.

Ahí, en la intensidad del recuerdo, está la raíz de algunos de los problemas posteriores. La voluntad de no abrir heridas dolorosas difirió la reapertura pública del capítulo de la memoria, como si el silencio fuera un elemento más del consenso en el que se fundaba el nuevo régimen, la Monarquía parlamentaria. No era así. A los 25 o 30 años de la Transición la memoria de la guerra empezaba a desvanecerse, en un proceso que no es sólo biológico. Había llegado el momento de situar la memoria en el lugar que debe tener en la vida de un país: conmemoraciones, monumentos, recuperación del recuerdo de las víctimas, dignificación de los restos y de los lugares de enterramiento, etc.

El PP podía haber iniciado esta tarea, antes y después de la mayoría absoluta de 2000, y también, a pesar de todas las dificultades, en 2012. Pero al centro derecha español no le gusta el pasado. Lo hizo el PSOE y a su manera, como era de esperar. Apartada la prudencia que había prevalecido hasta entonces, la memoria se convirtió en una oportunidad no para cerrar por fin heridas medio abiertas, sino para volver a abrirlas. Así se hizo de la memoria un elemento de confrontación política. Así arrancó la Memoria Histórica de Rodríguez Zapatero, a la que la Ley que hoy aprobará el Consejo de Ministros dará una nueva vuelta de tuerca. Ya no hay «memoria», como bien indica el añadido de «democrática», por no hablar de lo que se llama nuevos «parámetros memoriales». Del término sólo queda un vago y nada inocente sentimentalismo que envuelve una operación feroz: la imposición de una historia como legitimación de una posición política, y el intento de imponer esa misma historia como la única aceptable. Pronto habrá que escribir la historia de esta memoria que dejó de serlo para convertirse en un otra cosa: una nueva historia, una forma de imposición ideológica que parecía superada desde mucho antes de terminada la dictadura, cuando la sociedad española decidió dejar de mirar atrás y pensarse en el presente. Porque en este asunto se trata sobre todo de conocernos a nosotros mismos.