Opinión

La pantomima

Qué hartos nos tienen. Pero qué hartitos. Ayer escuchaba a mi dentista (apenas la veía, porque me andaba en la boca cubierta con doble máscara): «Es que no tienen vergüenza, todo el día replicándose zafiedades, todo el tiempo con salidas burdas… ni una idea nueva». La mujer acababa de atender a una médico de primaria agotada por el flujo de pacientes. Se les juntan las enfermedades ordinarias con las sospechas de coronavirus y no dan a abasto con tanta PCR. Se preguntan por qué no las hace otro tipo de personal menos cualificado, sanitarios, enfermeros, militares, voluntarios formados en la técnica… «Total no es nada complicado, tan sólo adiestrarse en introducir correctamente el bastoncillo».

Corremos el peligro de salir de esta crisis bastante más cínicos y desfondados. Ahora toca aguantar la escenificación de la visita de Pedro Sánchez a Ayuso. Los equipos de ambos partidos están ya centrados en los planos, en sugerir el gesto adecuado, el rostro más ventajoso, el recorrido. Hay que mostrar aplomo y mando, evitar que el otro se te suba a la chepa. Iván Redondo implicado en que Pedro Sánchez quede como el presidente salvador que rescata Madrid del caos. Miguel Ángel Rodríguez pintando el cuadro de la jefa fuerte que exige al Gobierno que cumpla su papel.

Ayer fue el día de esperar el anuncio del encuentro en la Puerta del Sol. Se hizo esperar hasta mediodía y finalmente se fijó para el lunes. ¿Acaso no corre prisa? ¿No están las UCIs del Infanta Sofía o el Infanta Leonor llenas ya? ¿Tiene algo más importante el jefe del Gobierno que la pandemia y la pandemia en el epicentro, en Madrid? ¿De verdad es preciso pasar el fin de semana en otros asuntos? La razón de este retraso no es otra que dejar que la presidenta de la Comunidad de Madrid «se coma» los confinamientos que ha tenido que declarar. Que arrostre el malestar de los ciudadanos por ver obstaculizado su día a día. Y que, encima, produzca la impresión de tener que recurrir al Gobierno el lunes.

Es horrible esta minuciosa administración política del sufrimiento. Esta contabilidad del valor de cada gesto para obtener una rácana ventaja del contrario, un miserable rédito electoral, cuando ni siquiera estamos en campaña. Nos está haciendo mezquinos y peores a todos. Como si ahí afuera no estuviese muriendo gente, no hubiese tremendas depresiones, niños aterrorizados, familias arruinadas. Un estúpido entrechocar de espadas se superpone al día a día de las personas que salen agobiadas de casa con la mascarilla, que han visto reducidos sus sueldos, que han cerrado sus empresas, que llevan a los niños a colegios donde ni se puede jugar, que entierran mezquinamente a los suyos, sin haber podido despedirlos.

Y lo peor, que a los políticos les sale a cuenta, créanme. Tezanos ha podido cocinar las encuestas del CIS a fuego lento o a máxima potencia, pero por debajo de los titulares hay una verdad que se cumple en todos los países –a excepción de los EE UU de Trump– a saber, que la pandemia consolida en las encuestas al que está en el poder. ¿Qué poder, dirá usted? ¿El de la nación o el de la autonomía? Pues en principio, ambos. De ahí el enfrentamiento y la inquina del poder central con Madrid.

Porque la epidemia ha arracimado al personal en torno al Gobierno, pero también en torno a los presidentes locales. Lo que vaya a pasar a partir de ahora, si en la cita de la Puerta del Sol triunfará uno u otra, está por ver. Por eso están los asesores en ello y los ciudadanos, hartos.