Opinión
La Legión
Mañana cumple un siglo la más prestigiosa unidad militar española. Las líneas que siguen son un homenaje merecido. Conviene recordar que surgió de la necesidad de disponer de unos soldados para combatir con eficacia y, a la vez, salvar las vidas, a costa de la suyas, de muchos reclutas que caían en las campañas norteafricanas. Su lema sería claro: «legionarios a luchar, legionarios a morir». Un cuerpo de tal naturaleza precisaba un código de conducta que señalara su estilo de vida. Ese texto es el Credo Legionario, la base espiritual de la Legión, médula, nervio, alma y rito de ella. Su objetivo es rendir culto al honor y al valor, de forma que ayude al legionario a vencer el instinto y no temer a la muerte, aceptándola con naturalidad, como compañera inseparable.
Su nacimiento no fue fácil, según refleja la Tesis Doctoral de María Luz Martín, La Legión Española. Antecedentes. Ya en 1917 se estudió la creación de una compañía legionaria. Un año después, al amparo de la Ley de Reforma del Ejército, de 29 de junio de 1918, se insistió, en un proyecto similar. En agosto de 1919 se abordó un nuevo plan y, en octubre, se envió al entonces comandante Millán-Astray a visitar los acuartelamientos de la Legión Extranjera francesa, en Argelia. El informe llegó al ministro de la Guerra, Tovar y Marcoleta, sustituido a poco por Villalba Riquelme que puso a la firma del rey, el 28 de enero de 1920, el decreto fundacional del Tercio de Extranjeros. Sin embargo, sería don Luis de Marichalar, su sucesor en el Ministerio de la Guerra, quien conseguiría, el 31 de agosto, que el Gobierno librase los fondos necesarios. Tres días después se nombró jefe del Tercio al Teniente Coronel Millán Astray.
Inmediatamente comenzó el reclutamiento. Los primeros voluntarios llegaron a Ceuta, procedentes, en su mayoría, de Barcelona. El 20 de septiembre, fecha considerada la de la fundación de la Legión, causó alta Marcelo Villeval Gaitán, el primer legionario. En pocos meses acudieron varios miles más. Rápidamente se demostró la efectividad de aquellas tropas. En la noche del 21 al 22 de julio de 1921 el jefe de la Legión recibe la orden de acudir con urgencia en auxilio de Melilla. Cuando llegan contemplan la catástrofe. De aquella Comandancia General no queda nada. El Ejército de Fernández Silvestre y Navarro, derrotado en Annual y Monte Arruit, la plaza abierta a las avanzadas de Abd el Krim; la gente enloquecida por el pánico. En auxilio de la ciudad acudieron unidades peninsulares y los Regulares de Ceuta, pero en la enorme resaca del «otro desastre» emerge, sobre todo, la Legión. «Melillenses os saludamos –arenga Millán-Astray a la desmoralizada población– es la Legión que viene a salvaros, nada temáis, nuestras vidas lo garantizan; los legionarios vienen dispuestos a morir por vosotros. Ya no hay peligro».
En abril de 1922 habían sido «filiados» 6.798 hombres de cincuenta nacionalidades. Pero 5.682, el 83’5% del total, eran españoles. El resto, 647 europeos, 432 americanos y los otros 37, argelinos, filipinos, japoneses, indios, turcos, … En carta de 20 de mayo de 1922, Millán-Astray comunicaba al vizconde de Eza: tengo cinco Banderas con un efectivo de 5.700 hombres y el Alto Comisario ha pedido la organización de la 6ª. Entre abril de 1921 y mayo de 1922, la Legión había tomado parte en un centenar de combates, pagando un elevado tributo de sangre: 25 jefes y oficiales y cerca de 400 legionarios muertos en el campo y 1.200 heridos.
¿La Legión o el Tercio? El texto fundacional hablaba de Tercio de Extranjeros, luego Tercio de Marruecos (en 1925), o simplemente «El Tercio», hasta 1937, cuando pasó a denominarse oficialmente, Legión Española, como Millán-Astray prefirió siempre. Bajo uno u otro nombre, cien años de servicio, sacrificio y gloria; al precio de más de 50.000 bajas, entre muertos y heridos. Aquella Legión ha sabido adaptarse a la exigencia de los tiempos. En 1990 ingresaba en sus filas la primera mujer, la teniente médico Pilar Frutos. En 1993 inició sus tareas en misiones humanitarias y demostró que, también aquí, obtendría los mayores reconocimientos.
Aquellos legionarios de la primera hora y los de hoy, comprometidos a dar su vida por otros, tienen en común con Cristo, algo esencial. ¿Extraña pues que vean en el Cristo de la Buena Muerte a uno de ellos? Pronto sería alistado en la Legión, simbólicamente, Jesús de Nazaret. «Ya nadie podría decir que esto sólo está ‘formao’ por gentes de mal vivir». Desde entonces todo legionario tiene un compañero que le ayudará a asumir el sufrimiento y que acudirá en su socorro sin abandonarle nunca. Al que puede hablar con confianza, Cristo de la Buena Muerte, caballero legionario, líbrame siempre del miedo y si caigo en el combate acógeme entre tus brazos. Sabe además que en la Legión, a la manera horaciana, non omnia moriar, porque se vive en permanente comunión entre los que cayeron y los que continúan. Así se expresa cada sábado cuando los guiones y banderines rinden honor a los muertos.
Invito a todos a colocar mañana el brazo diestro sobre el pecho y con la mano en el corazón, gritar con fuerza: ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la Legión!
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