Opinión

La catástrofe de vivir sin cobertura

Decía una frase que si a los 20 años no eres de izquierdas es que eres idiota, pero que si a los 40 años sigues siendo de izquierdas, es que, en fin… eres idiota. Yo a los 20 años era del Real Madrid y cuando al cumplir 40 volví a acordarme de la frase para hacer el típico examen de conciencia, resultó que había llegado Podemos a nuestras vidas y ya no existía la izquierda y la derecha, sólo la casta y el pueblo. Así que me quedé sin saber si era idiota (y respecto a si soy casta o pueblo, estoy confuso: algunas mañanas me siento casta y algunas tardes me siento pueblo. Depende de lo que determine Podemos qué es casta o pueblo a esa hora).
En realidad, lo que me preocupa de esa frase es que sospecho que donde dicen idiota a los 40 quieren decir: viejo.
Hace años, medía mi edad y la del resto de la gente por su recuerdo de los fracasos de la selección española. Si se acordaba del «me lo merezco» de Míchel, era de los míos; si me hablaba de Naranjito, algo mayor. Si su primer recuerdo era el codazo de Tassotti a Luis Enrique, demasiado joven. Pero claro, no a todo el mundo le gusta el fútbol. Ahora puedes calcular la edad de una persona a través de los teléfonos que ha conocido: estamos los que sabemos marcar en uno de esos en los que había que dar vueltas a una rueda; los que enviábamos SMS como si no costarán y los que, ay, utilizan Snapchat, Tik-Tok y cualquier aplicación que se invente.
Hubo también un tiempo en el que vivíamos sin cobertura y no te entraban estos ataques de pánico. Ahora, puedo dejarme las llaves dentro de casa, con la vitrocerámica encendida que no me preocuparé más que si he salido a la esquina a comprar el pan y no llevo el móvil. Joder, que no nací para ser aventurero.
Una de las últimas grandes catástrofes ambientales ha sido la del barco Wakashio, en las islas Mauricio, donde encalló y derramó petróleo. Nunca debió pasar tan cerca de las Islas Mauricio, pero el capitán se desvió porque buscaba cobertura para llamar.
En la serie «Community» dos adolescentes hablan de un padre y su descripción es desoladora: «Es de los que utiliza el móvil… ¡para llamar!».
Cuándo éramos niños y los padres y abuelos nos veían jugar a la Game Boy se ponían melancólicos: «Nosotros, con un palo imaginábamos maravillas, esta juventud», decían. Ayer, cinco adolescentes estuvieron sentados en la puerta de mi casa, todos mirando el móvil durante horas, hablándose desde él, sin decirse una palabra con la boca.
A punto estuve de sacarles un balón.
Luego entré en el portal, abrí el ascensor y en el espejo, ¿saben lo que vi?
Un viejo.