Opinión
Memoria a la carta
Resulta que, no contentos con sacarse de la manga leyes que bajo un manto de reivindicación de la memoria acaban socavando las bases de una reconciliación nacional plasmada en la transición, fenómeno ejemplar en todo el mundo, ahora sus impulsores nos muestran otra inédita faceta a propósito de quienes son y quienes no son susceptibles de resultar objeto de la aplicación de esta «ley de memoria histórica», todo un verdadero y auténtico comodín multiusos para ser desempolvado cuando aprietan las dificultades para explicar la gestión política en los temas que de verdad interesan a los ciudadanos y en los que nos van cosas tan poco «heroicas» como la salud o la economía.
La «memoria histórica» ha desenterrado viejas y superadas cuitas en una sola dirección silbado y mirado hacia arriba, ya fuera cuando se trataba de reivindicar nombres y apellidos represaliados por la izquierda radical durante la segunda república y la guerra civil o bien para ignorar por donde le iba el aire, a la hora de desenmascarar a mucho represor del pasado –de los dos bandos– blanqueado a conveniencia por épicas invenciones de imaginativas plumas después de la transición. Pero sobre todo, la citada norma legal con la carga ideológica de una bomba de racimo, no parece acabar de digerir que lo que dicta y marca no exime a unos en perjuicio de otros, por el mero hecho de que pertenezcan a los santorales de según qué parroquias políticas.
Los golpes de pecho tras la decisión del ayuntamiento madrileño de quitar a dos calles los nombres Larga Caballero e Indalecio Prieto ha puesto mucho de eso en evidencia, salvo que tengamos que asumir –y tal vez convendría comenzar a hablar claro y llamar a las cosas por su nombre– que resulta una «cacicada» liberar a una calle madrileña de quien como Largo Caballero era presidente del gobierno cuando se llevaron a cabo incontables tropelías en el 36 durante la etapa del llamado «terror rojo» y sobre las que tuvo manifiesto conocimiento según se ha testado por los historiadores, pero por el contrario nos quedemos tan «anchos» ante el borrado de cualquier referencia «borbónica» en las calles de Barcelona, por no hablar de la particular vara de medir que desprecia a decenas de mártires religiosos inocentes víctimas de una etapa marcada por el odio en los dos bandos. No es histórica y no es memoria, es puro revanchismo.
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