Opinión
Igorrotes
Recolector de restos humanos es un extraño oficio. El veterinario catalán Francisco Darder compró a los hermanos Verreaux -exploradores y taxidermistas que tenían una tienda en París que hoy sería calificada de museo de los horrores- un hombre bosquimano disecado que estuvo expuesto en Bañolas hasta finales del siglo XX y casi nos costó una crisis diplomática con Botsuana. Los livingstone y schliemann existieron en España y arrostraron climas extremos, tribus peligrosas y enfermedades desconocidas por amor a la ciencia. Domingo Sánchez y Sánchez fue uno de ellos.
Nació en 1860 en Fuenteguinaldo, Salamanca, un pueblo de 600 habitantes que Wellington eligió como cuartel general en la Guerra de Independencia. La madre de
Domingo era una lectora compulsiva del Quijote y parece en las fotos con manteo y toca ancestrales, como una hierática dama de Elche de joyas charras. El chaval heredó su curiosidad. Naturalista y médico, estaba destinado a colaborar decisivamente en las investigaciones neurológicas de Ramón y Cajal, pero mucho antes, en 1885, respondió a una convocatoria del ministerio de Ultramar y viajó a Filipinas como “colector zoológico”. Dibujó soberbiamente tipos humanos, fauna y flora y cazó cuanto se movía, hasta que perdimos las colonias en 1898. Más complicado se le hizo el encargo de buscar restos humanos.
La ocasión la pintó la tribu de los igorrotes, en Bailili, al norte de Luzón, porque en lugar de enterrar a sus muertos los apilaban en cuevas al aire libre. Allá que se fue Domingo Sánchez, que contempló impresionado aquellos esqueletos amontonados. Furtivamente, de noche, separó las calaveras y las metió en cajas disimuladas con yerbajos. Los igorrotes solían decapitar a sus enemigos y ensartar las cabezas en picas. Domingo pasó miedo, pero tal vez se consoló pensando que donde las dan, las toman.
Sánchez y Sánchez es internacionalmente conocido por sus hallazgos médicos sobre el sistema nervioso de los insectos y un perfecto desconocido para los españoles. Fundó la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, quedó espantado por la guerra civil, que padeció en Madrid y murió en 1947. Su sobrina nieta, Mercedes Sánchez, recuerda perfectamente jugar sobre sus rodillas y recibir caramelos del tío. La Asociación Amigos de Castro de Irueña publica ahora sus memorias.
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