Opinión

Silencio cómplice

Sorprende el silencio cuando no la complicidad con el actual Gobierno, de oscuros orígenes, inquietantes actuaciones y funestos resultados, por parte de medios de comunicación e intelectuales con una trayectoria brillante en defensa de la democracia, las libertades y la decencia en la vida pública. Puede que se deba, en algunos casos, a puro interés económico, personal o de grupo. O sea, por miedo a perder ayudas y chollos. En otros, por miedo a represalias. Pero en la mayor parte de las ocasiones hay que pensar que el comportamiento obedece a estúpidos prejuicios ideológicos con la falsa idea de la superioridad moral de la izquierda. Para estos la derecha, a la que pintan siempre estrafalaria y extremista, es el origen de todos los males. El servilismo que se observa en estos momentos de crisis nacional, obsceno y vergonzoso, está contribuyendo decisivamente al mantenimiento de la actual situación política de gravísimas consecuencias. En vez de fiscalizar la acción del Gobierno se dedican a descalificar sistemáticamente a la Oposición, fuente, por lo visto, de las calamidades que nos aquejan.

En estos medios todavía influyentes ni siquiera parece que se paran a pensar qué carga de razón llevan los que se atreven a advertir públicamente que el PSOE de Pedro Sánchez está siendo desbordado por la extrema izquierda de Podemos, perdiendo, paso a paso, su significado histórico y su respetabilidad. El “sanchismo”, según esta interpretación, cada día más generalizada, no representa ya al verdadero socialismo, que contribuyó decisivamente a la implantación del actual orden constitucional, cada vez más amenazado desde el salón mismo del Consejo de Ministros. A la lanzada contra la Monarquía ha seguido la escandalosa lanzada contra el Poder Judicial y las veladas amenazas a la Prensa libre. Y no hay un solo indicador importante que vaya bien con el “sanchismo”. España va a la cabeza de los países desarrollados en el fracaso contra la pandemia, en paro, en déficit y en deuda pública. Europa nos mira ya con recelo. En las cancillerías están al cabo de la calle de lo que pasa aquí, y no les gusta nada. Se abre paso la idea de que con este Gobierno no vamos a ninguna parte. Es una obligación moral decirlo. Quevedo levantaría hoy su voz: “No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca, o ya la frente, / silencio avises, o amenaces miedo…”