Opinión

Estado de indefensión

La gestión de esta calamidad contagiosa está demostrándonos que el verdadero estado en el que vivimos es el de indefensión. Y hay un sentimiento creciente entre los ciudadanos de que ahora, como nunca, no tenemos a quién acudir en caso de urgencia. El otro día estuve toda la mañana llamando a mi ambulatorio para hacer una consulta y nadie cogió el teléfono. ¿Qué hubiese pasado si no tuviera otros recursos? ¿Qué pasa con las personas en soledad? ¿Qué con los sin hogar? ¿Qué con los sin dinero? ¿Qué con los mayores aterrorizados? Los mayores no olvidan que en la primera ola muchos no fueron atendidos en los hospitales. Muchos se fueron de aquí sin compañía. Terribles recuerdos. Porque la mente humana no soporta durante mucho tiempo el estado de indefensión. Necesitamos desesperadamente saber que alguien nos echará una mano ante una necesidad imperiosa. Necesitamos ese familiar, ese teléfono levantado, esa vecina compasiva; como tuvimos a la madre durante nuestra infancia.

Los gobiernos no están cumpliendo con su obligación de proteger a sus ciudadanos. Su narcisismo nos está llevando a un opresivo callejón. Porque en esta situación, en la que estamos viendo la nueva ola gigante, ellos siguen peleándose por quedarse con el flotador. Es como si padeciesen una grave falta de empatía que les impide ponerse en la situación de los muchos otros. Otros a los que, como los críos, echan la culpa de sus desatinos. En vez de prevenir, de pactar, de contratar personal sanitario y social, de gastarlo todo en el bien común, nos acorralan. Pero las mentes humanas indefensas tienen una resistencia limitada. Muchas personas, hartas de la forma inverosímil en que nos cuentan la realidad están gestando otra ola, la de la rebeldía.