Opinión

No es biológico

Cuando la niña tiene doce años le viene la sangre. No entiende muy bien por qué dicen que se ha hecho mujer. De jovencita aprenderá que la pesadilla es en realidad que la regla desaparezca, que más de uno se larga después de hacer un bombo. Todas escuchan aquello de que las calles son más peligrosas para ellas. Que lo son.

La menstruación trae dolores y jaquecas y escuchar de algún imbécil que por eso las mujeres son inestables. Hay chistes sobre eso. Luego viene la maternidad. Es muy bella, pero quienes publicitan los vientres de alquiler ocultan el sufrimiento del parto o que los nueve meses quitan vista, descalcifican los huesos, dejan problemas de columna y laxitud en el suelo pélvico. O sea, que te haces pis.

Cuando la chica tiene cincuenta, lo que llega es la menopausia. Quizá se pone triste o deja de dormir, pero al menos ya ha dejado de escuchar que no puede hacer esto o lo otro. Y si alguno se atreve a insinuarlo, se revuelve. Aunque luego digan que tiene un carácter de mil demonios. A partir de los 60, los hombres ya no la miran, pero tampoco ella los ve. Ellos tienen una prisa loca por casarse de nuevo, pero la chica es feliz con sus amigas y viaja y juega al rummy y disfruta de los nietos y ha aprendido a hacer y decir impunemente todo lo que la hace gozar. Se ríe entonces de que hubiesen pretendido que no podía viajar sin compañía, ni trabajar en Oriente Medio, porque corría peligro, o hacer las guardias nocturnas o conducir el camión.

Ha sido una batalla larga, la de la chica. Escucha entonces que Irene Montero, una

ministra joven y progresista, le ha cambiado el nombre al Instituto de la Mujer. Quiere hacerlo inclusivo. Ahora se llama “Instituto de las Mujeres” porque dicen que ser mujer no es cosa biológica. La chica se tumba con cuidado y repasa con el dedo las cicatrices de la episiotomía de los partos. Irá al médico este mes, para echar un vistazo al útero y los ovarios.