Opinión
Paulita en los Andes
Paulita Naródnika, la lideresa del populismo vernáculo, voló a La Paz, ciudad de los Andes y la capital más alta del mundo. Y volvió a demostrar que el peligro que representa para la libertad y los derechos de los pueblos no estriba tanto en lo que oculta como en lo que manifiesta.
Su desprecio a las instituciones, típico de todo proyecto antiliberal, fue patente, empezando por el descaro de proclamar que en Bolivia «nos acompaña el jefe del Estado», como si la soberana genuina fuera ella.
Y estando, además, junto al Rey, primer embajador de España, Paulita procedió a ejercer, precisamente, de embajadora. De ahí que LA RAZÓN haya informado de que impulsó una «agenda diplomática paralela» con la llamada Declaración de La Paz, manifiesto «en defensa de la democracia».
Un viejo camelo de la izquierda la disfraza de baluarte demócrata. ¿Cómo se llamaba la Alemania que no era democrática? Y en ello siguen. Los firmantes de La Paz han proclamado que, si no gobiernan ellos, la democracia está amenazada.
Es imprescindible en la farsa populista la selección del malvado: recordará usted el cuento de las elites, la casta, y el Ibex35 –ahora hablan menos del Ibex desde que están en el Gobierno y el Ibex les sonríe, como sonríe siempre a todos los gobiernos: las empresas saben muy bien quién manda aquí–. Bueno, pues ahora, agárrese usted, señora, resulta que el malo es «el golpismo de ultraderecha».
La perversidad del malvado es conveniente excusa, porque contra sus acechanzas estarán justificados los recortes en los derechos del pueblo, desde los impuestos hasta los controles de la información. Y lo dice la declaración abiertamente, asegurando que nuestras desgracias se deben a «la erosión, resultado de años de neoliberalismo, de los mecanismos de protección social con los que cuentan los Estados». Ahí está otra vez el cuento de que los Estados han sido desmantelados, fabulosa engañifa que puede refutar cualquier contribuyente, pero que es indispensable para la agenda populista. Se le añaden unas gotas de ecología, otras de condena al «beneficio empresarial», y se termina hablando del peligro de los «poderes comunicacionales». Es decir, preparando la censura.
Está todo ahí. Paulita Naródnika no miente, como no mintió Nicolás Maduro cuando estallaba Chile y se quemaban templos: el plan está funcionando, dijo, tal y como lo hemos trazado. Y era verdad.
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