
Opinión
Lecciones del pasado
Puede que no haya habido en España una generación de políticos tan valiosa y eficaz, jubilada antes de tiempo, como la que se encargó, al acabar la dictadura, de la transición a la democracia y del afianzamiento constitucional. El libro de Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona «Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo», que acaba de aparecer, lo pone de relieve. Leyéndolo, uno regresa a territorios bien conocidos, pero va descubriendo, donde menos espera, rincones inexplorados. El autor, de procedencia democristiana, entre Ruiz-Giménez y Landelino Lavilla, con el que aparece en la portada y por el que siente devoción, cuenta su experiencia de aquellos años (1978-1983) en las calderas o en los vestíbulos del poder. Fue ministro con Suárez y con Calvo-Sotelo, a los que retrata –tan distintos y distantes– con agudeza, gratitud y con la ironía que le caracteriza. La ironía, la pipa y un código de leyes compondrían el decorado de su retrato.
En aquellos años de cambios vertiginosos –él recoge en la obra antes de meterse en la harina de UCD, las distintas transiciones–, Juan Antonio Ortega, que procedía de Izquierda Democristiana y del grupo «Tácito», era un buen enlace para entenderse con los socialistas, muchos de ellos, como Peces-Barba, amigos personales, cuando la clave de todo estaba en el consenso. Esa es la palabra mágica, que ahora tanto se echa de menos. Es la primera lección, abrumadora, que se saca de este libro.
Su peripecia como ministro de Educación con dos presidentes, justo cuando se derrumbaba UCD, es descorazonadora. La carta premonitoria y amistosa que le mandó Luis Gómez Llorente, el hombre de la Educación en el PSOE, un marxista con pipa, que iba en tren de cercanías a dar clase, no sirvió para alcanzar un pacto educativo. Y así seguimos, casi cuarenta años después, justo cuando la ministra Celaá se dispone a dar la nota. No escarmentamos. Él cayó por la Ley de Autonomía Universitaria, que ni siquiera alcanzó el consenso en la desvencijada UCD.
El autor se detiene, con tristeza, en las causas de la dimisión de Adolfo Suárez y la gran desbandada de UCD, que llama, «la transición hacia la nada». No estaría mal reflexionar hoy sobre esto, cuando los nuevos partidos improvisan organizaciones efímeras, los antiguos muestran brotes autoritarios mientras vuelven las intrigas de los «barones», y los que ocupan el poder amenazan con romper el pacto constitucional.
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