Opinión
¿Por qué ya no hablan de Ayuso?
«Incompetente», «pija», «gorda», «tonta», «facha» y hasta «corrupta» ha llamado el socialcomunismo político y mediático a Isabel Díaz Ayuso. Epítetos, algunos de ellos, que en boca de uno de los escasos periodistas de centroderecha patrios hubieran provocado un levantamiento feminista general si el careto de la diana fuera una jefaza del PSOE y no digamos de ese Podemos al que le sale todo gratis. Ni una sola de estas asociaciones se puso en pie de guerra al escuchar a la castuza progre criticar más allá de lo políticamente razonable a la presidenta madrileña. Contra Ayuso vale TODO. Cuando el Gobierno socialcomunista multiplicó por cinco la incidencia de la pandemia en la primera ola por autorizar el 8-M, la consigna de Moncloa fue taxativa: «Matemos a Ayuso». Dicho y hecho: los periodistas de cámara se pusieron como un solo hombre a despellejar a nuestra protagonista para desviar la atención de un Ejecutivo que nos convirtió en los parias de Europa y en los number 1 del mundo en muertos y contagiados per cápita. Cuando esa táctica desbarró por razones obvias, la ciudadanía no es gilipollas, se metieron con el apartahotel que arrendó al gran Kike Sarasola. Le llamaron de todo menos guapa: «Choriza», «aprovechada», «jeta» y otro sinfín de lindezas. Primero aseguraron que era «un cohecho». Cuando les cazaron mintiendo, le acusaron de pagar «sólo» 90 euros al día por una habitación que en época preCovid se cotizaba a 200. El problema es que en los hoteles del hijo de Pitxirri Sarasola no entraba ni Dios, vamos, que como he repetido hasta la saciedad, más bien parece que el que timó fue Kike a Isabel y no Isabel a Kike. No había tertulia en la que, de manera cantosamente orquestada, los periodistas socialpodemitas no atizaran a Ayuso. Sánchez no tenía la culpa de que tuviéramos más óbitos que nadie, ni Iglesias de que las residencias fueran un polvorín bacteriológico que se llevó 21.400 ancianos. La cosa fue tan bestia que si un marciano hubiera aterrizado aquellos días en la tierra y enchufase un canal español, concluiría que la abulense de Madrid es la científica que creó el virus. En verano la pusieron a caer de un burro por tomarse una semana de vacaciones por los alrededores de Madrid. «Es una irresponsable por largarse con la que está cayendo en su comunidad», argumentaban los loritos de Redondete. Eso sí, callaban como putos ante las vacaciones de sultán de un Pedro Sánchez que, mientras el segundo tsunami vírico inundaba España, se pegaba la vida padre entre La Mareta y Doñana. La ensalada de bofetadas se convirtió en apaleamiento cuando la nueva ola llegó a Madrid. La región se puso en 750 casos por cada 100.000 habitantes en el ecuador de septiembre y la presidenta semiconfinó por áreas sanitarias sin cerrar bares, restaurantes, comercios, museos o cines. Hoy, casi dos meses después, Madrid registra una incidencia acumulada de 330 casos por cada 100.000 habitantes, menos de la mitad que esa Cataluña (750) cuya Generalitat declaró a los madrileños personas non gratas, y casi la tercera parte que la en septiembre «ejemplar» Asturias, que esa Aragón que «no es para tanto» o que la también socialista Navarra. Al éxito estadístico de Ayuso se añade ese hospital de emergencias con 1.000 camas que ha levantado en ¡cuatro meses! como si esto fuera China y no un páramo en medio de todas las Españas. Ahora todos los que le esputaban dialécticamente no dicen ni mu. Es más, parece como si no existiera. ¿Por qué será?
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