Terrorismo

Asesinos

No debiera haber interés alguno, ni político ni moral, en establecer diferencias entre víctimas y, por tanto, tampoco entre verdugos

Jesús apura el café junto una de las mesas alineadas en la pared, justo frente a la barra. Acaba de salir del baño, y se dispone a sentarse un par de minutos, cuando ve cómo un cliente se detiene junto a su taxi y mira alrededor. El café le quema la lengua y cae ardiendo al estómago, pero tiene que beberlo rápido y atender el servicio. El cliente entra en el coche cuando lo ve salir del bar, y él se acomoda un instante después. Escuchada la dirección, Jesús realiza el gesto que tiene automatizado desde hace años y enciende la radio. La noticia que en ese momento está contando la locutora se le agarra en el ánimo de tal forma que sin querer pisa el freno e interrumpe bruscamente su incorporación al tráfico de la glorieta. El cliente protesta por el frenazo, pero entiende al segundo la acción y hasta la justifica. Ambos han escuchado cómo el asesino Carlos García Juliá, uno de los autores de la matanza de Atocha el 24 de enero de 1977, ha salido de la cárcel pese a que le quedaban diez años por cumplir. A la memoria de Jesús acuden aquel dolor aún guardado, la agitación y el miedo, las manifestaciones de repulsa a las que asistió desde la facultad de químicas, donde acababa de empezar la carrera. Es intolerable, afirma el viajero. Cómo es posible que la justicia permita esos huecos y un asesino así pueda estar ya libre con una condena de casi 200 años de prisión por cinco asesinatos. Es verdad, piensa y responde Jesús, que respira hondo, y siente la rabia de la justicia incompleta. No vuelven a cruzar palabra. La radio sigue encendida. Es Onda Cero. Tras el boletín de noticias, Alsina presenta otro de los cuentos de Aramburu que está dramatizando, «Los peces de la amargura». Hoy toca el de Maritxu. En el comienzo, la madre le dice al hijo preso: «Que matéis guardias civiles y chivatos, pase. Pero niños, no». Niños, piensa Jesús. Y la imagen que le asalta en ese instante es la del dirigente de ETA que ordenó en 1987 el atentado a la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza en el que murieron once personas, entre ellas, cinco niñas. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí…Josu Ternera. En el juicio quedó demostrado que de él había partido la orden. Está pendiente de extradición para juzgarle por ello, cree recordar haber leído un par de días antes.

Qué curiosa coincidencia. Por casualidad, la realidad y la ficción que le transmiten la radio, agolpan en su memoria la nítida imagen de dos seres despreciables de dos épocas y dos lugares distintos, pero hermanados en su infamia como autores de crímenes horrendos. Y ahora le golpean ambos con la misma intensidad.

Levanta la vista buscando diálogo con el viajero. Quizá para aliviar la tenaza bajo el esternón compartiendo con él ese desasosiego que agita el desprecio por quien es capaz de asesinar a sus semejantes refugiado en la mentira que envilece ideas nobles. No le encuentra. Se lo piensa y abre él la conversación, ya ve usted qué tiempos, asesinos a la calle y relatos que nos recuerdan que hay otros que llegaron hasta a ser parlamentarios y reciben homenajes de gente de la política. El viajero levanta la cabeza y lo mira extrañado. Estoy pensando en Josu Ternera y en los homenajes que a etarras le siguen haciendo los que hoy votan con el gobierno, le aclara. Niega el cliente con la cabeza y, mostrando fastidio, le responde que no son situaciones comparables. Lo de Atocha fue un crimen de Estado, una acción terrorista de la extrema derecha que estuvo a punto de acabar con la recién nacida transición. Sus autores ni se arrepintieron ni asumieron jamás la idea de democracia porque su ideología es incompatible con ella, lo demostró el franquismo del que venían, durante los cuarenta negros años anteriores. ETA nació como un movimiento antifranquista y revolucionario en plena dictadura. Luego derivó en una banda terrorista que mató a casi mil personas, es cierto, y buscó la destrucción del Estado, también. Pero su semilla, su origen, no fue el mismo que los asesinos franquistas. Y desde luego, los que hoy apoyan al gobierno no tienen todos ese sello, y los que lo conservan ya rompieron hace años con el terror. O contribuyeron a acabar con él. Mide usted magnitudes diferentes. Está usted demasiado influido por la manipulación de los medios de la derecha. Ya llegamos. Muchas gracias, qué le debo.

Sale el cliente del taxi y se queda Jesús sumido en la duda. Puede que yo sea torpe y se me escape que aquí, en esto del terror, también hay clases, y que a veces en el juego de la política y en la búsqueda del bien común hay que tragar sapos y enterrar recuerdos. Pero no puede dejar de pensar que el mismo derecho a la justicia, al dolor y a la memoria honrada tienen las víctimas de Juliá y las niñas de Zaragoza. Y que no debiera haber interés alguno, ni político ni moral, en establecer diferencias entre víctimas y, por tanto, tampoco entre verdugos.