Opinión
El odio progresista
Muestra de la falsa superioridad de la izquierda es la politización de la ética. La podemos ver en la proliferación legislativa en torno a los llamados delitos de odio. Se presenta el caso, como siempre, en plan redentor incuestionable: ¿quién se opondrá a frenar el odio? Pero en realidad de lo que se trata es de ingeniería social, es decir, de organizar la sociedad mediante la coerción política y legislativa, asumiendo el poder el papel ético supremo, con lo que está autorizado y justificado para violar cualquiera de nuestros derechos, por nuestro bien. No es, por supuesto, un fenómeno nuevo ni español, aunque sí es cierto que su auge nacional e internacional es relativamente reciente. Como dice Jacob Mchangama, profesor de la Universidad de Copenhague, hubo originalmente bastantes reservas a la hora de abordar y generalizar estos delitos: «Los países de Europa y Estados Unidos compartían la idea de que los derechos humanos deben proteger la libertad de expresión, y no limitarla».
El origen de estos nuevos delitos es revelador, porque fueron jaleados desde el principio por la Unión Soviética y los países comunistas, con el obvio objetivo de utilizar la noción de tolerancia para brindar amparo legal a las restricciones a la libertad de expresión, típicas del socialismo real. Desde el principio, y hasta hoy, se ampararon en la lucha contra el fascismo y la ultraderecha: lo están haciendo ahora mismo en España. Y se ha desarrollado en Estados Unidos, país donde se acuñó la expresión «hate speech». El peligro de todo esto es evidente: para impedir un daño real o supuesto se puede causar un daño efectivo, la pérdida de la libertad, mucho mayor. El odio no es lo mismo que la discusión, pero un sacerdote sueco fue condenado a un mes de prisión en 2003 por criticar la homosexualidad.
Recordemos siempre que ningún progresista se va a declarar abiertamente partidario de la intolerancia y enemigo de la libertad. Al contrario, siempre pretenden ser abnegados y cariñosos. Pero su discurso es mentiroso, divisivo y sectario. Por fortuna, contamos con abundante evidencia empírica de todo esto, empezando por el encono cainita que se tienen los progresistas entre sí. Han utilizado el odio, por iniciativa de un grupo de transexuales, contra una izquierdista y feminista histórica como Lidia Falcón, cuyo Partido Feminista ha sido recientemente expulsado de Izquierda Unida acusado de «transfobia».
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