Opinión

Gorda como el sol

Comerse un cordero entero y un cubo de gachas de harina y un lebrillo con cuscús y dátiles y pan recién hecho. O veinte litros de leche de camella y dos kilos de mijo molido, en un solo día, mezclado con dos tazas de mantequilla. E imaginar una feliz jornada de ayuno, caminando libremente por el campo, para despertar después aherrojada en la cocina, con grilletes de madera en los pies. Souadou pasa a mediodía y le sonríe desde la puerta “Nadim, no es para tanto, mírame, yo estoy feliz”. Souadou pesaba sus buenos 140 kilos el día que se casó. Parecía la luna llena, con aquella cara rodeada de papada, el cuello embutido en el traje de novia, las manos gordezuelas pintadas con henna desde la noche anterior, en que las mujeres se las envolvieron en gasas después de colorearlas. La grasa hizo la felicidad del marido tanto como el perfume que despedía. Le habían colocado pebeteros en el suelo aquella mañana, con mirras deliciosas cuyos efluvios subieron por los pliegues de la ropa y la piel.

“La mujer ocupa en el corazón de su hombre el mismo espacio que ocupa en la cama”, a la abuela le falta tiempo para repetírselo. Que Souadou aguantó dulcemente las prisiones, que no tuvo la tentación de adelgazar un solo gramo. Que estaba redonda como el sol del amanecer y a los 13 años fue pedida. Que se casó con un primo y tuvo el primer hijo exactamente un año después. “Las chicas delgadas roen el corazón del esposo… y su bolsillo”.

Ella es afortunada porque desde los cuatro está prometida a un hombre rico. Desde los siete recibe tres grandes comidas diarias y mamá guisa los viernes para ella una oveja en aceite y suave mantequilla. Tiene hasta la fiesta siguiente del viernes del profeta, alabado sea su nombre, para comérselo todo. Cuando parte la última tajada, el padre la mira con orgullo. En realidad no quieren hacerle daño, ni siquiera en las muñecas delicadas, donde irán las ajorcas nupciales. El gavaje o cebo de las chicas es ancestral en Mauritania.