Opinión
Impuestos bajos, ¿peores servicios?
Uno de los argumentos falaces que la coalición izquierdista utiliza estos días para defender la «armonización fiscal» con la que dispara sobre Madrid, es que los bajos impuestos conducen a unos peores servicios públicos. La falacia es obvia porque unos tipos impositivos más bajos que la media no derivan necesariamente en el estrechamiento de la recaudación, como el ejemplo de Madrid revela; y porque la calidad de los servicios no es proporcional al gasto en ellos. La configuración de la cartera de servicios públicos en las regiones no puede ser, por otra parte, homogénea, pues su demanda tampoco lo es. Ésta depende de sus características demográficas –como la distribución por edades o el nivel educativo, por ejemplo– y de su dispersión o concentración territorial. Además hay que tener en cuenta el nivel de eficiencia con el que esos servicios se prestan, pues cuanto mayor sea éste, menores serán los recursos necesarios para financiarlos.
Asignar apriorísticamente a Madrid unos malos servicios públicos no se compadece con la realidad de los hechos. Madrid es un gran mercado porque reúne a más de cinco millones de personas, muchas de ellas jóvenes, en un cogollito territorial de treinta kilómetros de radio. Es eso –con sus economías de aglomeración asociadas– y no la capitalidad, lo que le concede su singularidad. En ese marco, la mayor parte de los servicios que presta el gobierno regional no sólo es satisfactoria, sino en muchos casos excelente. Por ejemplo, en el ámbito sanitario, cuenta con tres de los cinco mejores hospitales de España; en el educativo, coloca, lo mismo que Cataluña, a tres universidades entre las diez primeras del país; y si nos fijamos en la enseñanza secundaria, resulta que en los últimos años las puntuaciones de PISA le hacen aparecer en posiciones de liderazgo. Lo mismo puede decirse de la esperanza de vida que, con 85 años, es la mayor de España; o del sistema de transporte urbano e interurbano; o del abastecimiento y depuración de aguas. Es claro, entonces, que los impuestos bajos no son una rémora. Son, seguramente, una bendición para los ciudadanos.
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