Opinión

La izquierda imbécil

Cuando tu equipo pierde un partido por 5-0 es del género imbécil ponerte a echarle la culpa al árbitro. Cuando en tu clase hay un tío o una tía que saca todo matrículas hace falta ser cenutrio para recordar que un día copió. Y cuando una empresa obtiene unos resultados espectaculares, lo más aconsejable para la competencia es permanecer callada, no decir ni mu y ponerse las pilas. El martes pasado Isabel Díaz Ayuso, la incompetente Ayuso, la fascista Ayuso, la mala-malísima Ayuso, la jeta Ayuso que alquiló una habitación en un hotel vacío por 80 euros en plena primera ola, inauguró el Hospital de Emergencias Enfermera Isabel Zendal. Una joya sanitaria antiCovid construida mejor y en menos tiempo que la de Wuhan, apenas cuatro meses para levantar un edificio que nada tiene que ver con los barracones chinos. Una infraestructura que dispone de 1.000 camas para atender enfermos de coronavirus o cualquier otra megacrisis de salud pública, ya sea catástrofe natural, atentado o cualquier otra eventualidad que Dios quiera no vuelva a asolar Madrid. También hará las veces de cuartel general del Summa 112 y será el gran centro de vacunación de la región. Los 100 millones mejor invertidos de la historia que, además de los ademases, alejan definitivamente la posibilidad de colapso sanitario si hay tercera, cuarta o quinta ola. Por si fuera poco, el nombre no puede estar mejor elegido: Zendal fue una precursora del feminismo que en pleno siglo XIX llevó la vacuna de la viruela a Iberoamérica, prohijó decenas de niños desvalidos y no paró hasta que consiguió la igualdad salarial con sus compañeros enfermeros. Como era de esperar, la izquierda ha vuelto a llamar de todo menos bonita a la presidenta madrileña. Isa Serra, baranda de Podemos en la Asamblea, se puso a pegar alaridos a las puertas del Zendal. «¡Ladrones, ladrones!», gritaba flanqueada por un gordo modelo luchador de sumo. La matona de Pablo Iglesias se debió olvidar que ella sí es una delincuente, otra delincuente podemita: está condenada a 19 meses de cárcel por agredir a dos policías con adoquines, macetas y papeleras, llamar «hijas de puta» a las agentes mujeres y desear que «les peguen un tiro». Una joyita. Infinitamente más me ha sorprendido contemplar a Ángel Gabilondo, socialdemócrata clásico, tipo transversal, catedrático y especialista en Hegel ni más ni menos, metiéndose de hoz y coz en este jardín. El portavoz del PSOE habla de «infraestructura injustificada» y ejecutada con «opacidad contable». Algo más listo ha estado su delfín José Cepeda, que la cataloga de «noticia positiva» aunque ponga un par de peros por obvias razones de rivalidad política: «Está mal ubicado y la prioridad debería ser la Atención Primaria». A la podemita habría que recordarle que ha costado cinco veces menos que el chiringuito que en forma de Ministerio de Igualdad han regalado a Irene Montero. Y a los socialistas, que los 100 millones son casi siete veces menos que los 680 kilazos robados en los ERE. A unos y otros les pregunto si no les parece una inmoralidad censurar una instalación que salvará miles de vidas. No estaría de más que se leyeran la autobiografía de Josep Tarradellas, el gran president catalán, que recordaba que «en política se puede hacer de todo menos el ridículo». Ni el ridículo, ni el miserable. La memoria ciudadana no perdona.