Política

Villancicos, pelos largos y tráfico de drogas

Francamente no sé cómo vamos a salir de nuestra región para pasar las Fiestas Navideñas con nuestros familiares y allegados. ¿Qué documento hemos de presentar en nuestros viajes? ¿Qué justificante será el adecuado para enseñar a los guardias que nos lo requieran? Super-Ayuso tiene razón calificando esta medida de impracticable, pero ella va a lo suyo, o sea, a lo positivo y a lo eficaz, como inaugurar un megahospital para pandemias porque sabe bien que esta no es la única que nuestros ojitos han de ver: vendrán otras que nos helarán el corazón, como las dos Españas que estamos padeciendo. Mientras tanto conformémonos con observar el porno-kitch con que cada año nos deleita Leticia Sabater, condensado en un video-villancico donde luce tableta de estómago, que para mí de seguro que es de palo; con escenas de cama con los tres Reyes Magos y con un Papá Noel erecto al que cabalga sin piedad. Otros años era “el polvorrón”, o sea, siempre vulgaridades obscenas.

Pero dejemos esas bajezas y vayamos a la elegancia de Carolina Herrera que nos tiene alborotadas a las mujeres que pasamos de los cuarenta pero gustamos de lucir un pelo largo que no deja de favorecernos. Bien es verdad que muchas no tenemos otra opción, porque los cursilísimos “cambios de imagen” no nos favorecen nada porque no somos “camaleónicas” ni falta que nos hace y nos sentimos a gusto con el mismo look que lucimos desde siempre, ora dos centímetros más arriba, ora dos centímetros más abajo, pero dejarnos llevar por el tópico de que las maduras no tenemos derecho a la melena sólo nos conduciría a estar más feas y, francamente, no es plan. Luego está la modita de dejarse canas, como Carolina de Mónaco, que siempre ha sido referente del chic pero últimamente no está acertando: en ocasiones hasta recuerda a la Celaá y eso es grave. No, Alteza Serenísima, hay que envejecer con dignidad, estoy de acuerdo, pero tampoco hay que caer en el abandono y dar sensación de derrota.

Carolina Herrera es paradigma de estilo, de elegancia, pero me defrauda cayendo en el tópico del pelo largo. La conocí en casa de Oscar de la Renta, en Punta Cana, y desde entonces guardo una bonita relación de amistad con ella. Sin embargo esta conversación nunca la habíamos tenido y quede claro que tampoco pienso provocarla en un futuro porque no nos íbamos a poner de acuerdo.

Tampoco quisiera dejar de hablar esta semana de Rafael Amargo, tremendo artista, que lleva todos los boletos para acabar como el rosario de la aurora. Es muy difícil vivir del arte y mucho más en tiempos del virus, pero caminar por senderos oscuros y moverse en el filo de una navaja herrumbrosa da muchas papeletas para acabar en el barro. Camarón de la Isla, otro flamenco, pero de la garganta, murió hace treinta años a consecuencia de una vida también insalubre. Le dio duro a las drogas y al tabaco y el cáncer se lo llevó a los cuarenta y un años. Apena que personas únicas se dejen llevar por la mala vida. Amargo hace años que anda al borde del precipicio. Sin dinero casi ni para comer se ha metido presuntamente en un negocio tan deleznable como lo es el tráfico de drogas, y el mundo del baile flamenco se entristece porque el futuro de este artista único es incierto. La justicia no perdona y el espectáculo que iba a estrenar esta pasada semana se ha quedado en stand by. Y con él todo un cuerpo de baile sumido en el desconcierto.

CODA. Ayer un hombre con buen aspecto pero con escasa ropa para el frío que está haciendo, se paró en una terraza delante de una mesa donde había dos tazas. Miró en su interior por si todavía quedaba algo de líquido. Empezamos tiempos de hambre.