Opinión
Marruecos y la socialdemocracia
Parece ser que el vicepresidente Pablo Iglesias ha estado a punto de dar un nuevo show en política exterior. El último tuvo lugar en Bolivia, cuando siguió una agenda propia con pocas consideraciones para con el jefe del Estado al que acompañaba. Vale la pena imaginar AHORA alguna declaración informal en Rabat acerca de la ocupación del Sáhara Occidental por Marruecos, el apoyo al Frente Polisario y, para terminar, el origen franquista de la posición española. Con una acrobacia que se le da muy bien, el peronista se habría transformado una vez más en la voz de la conciencia hispánica.
Si Pablo Iglesias no ha cumplido su proyecto, no es sólo porque se lo hayan impedido. Es que, en realidad, ya lo había hecho, cuando hizo sus declaraciones sobre el Sáhara. De hecho, su ausencia de la delegación española subraya aún más esta toma previa de posición con lo que sus palabras y su figura estarán aún más presentes en las negociaciones de estos días. Y cuanto más insistan Sánchez y sus colegas en hacerlo olvidar, peor será. Las declaraciones del vicepresidente se pagarán por tanto a costa de los intereses españoles: la pesca, los ceutíes y los melillenses, las poblaciones españolas que tengan que acoger a los llegados de Marruecos. También se acordarán de él los inmigrantes que Marruecos utiliza para su política exterior. Y lo pagará, por tanto, y de qué manera, la credibilidad de la posición del Gobierno central español.
Para reforzarla, compensar los desequilibrios y establecer un poco el equilibrio, el entorno de Sánchez echa mano de la tradición socialdemócrata, es decir moderada, del PSOE, la del europeísmo, la OTAN y las relaciones de amistad con los regímenes norteafricanos. Ahora bien, el problema en este punto no reside solo en el podemismo. La tradición socialdemócrata y moderada también tiene que vérselas con el activismo de Rodríguez Zapatero, que anda intentando justificar a Maduro con un empeño que tal vez ruborizaría incluso a Iglesias. Así que la moderación de Sánchez aparece embutida entre dos tendencias que le son contrarias: la del ex Presidente, de quien arranca la actual deriva socialista, y la del vicepresidente actual, que lo es porque Sánchez no ha querido nunca llegar a un acuerdo con alguno de los partidos de la oposición.
La posición del Presidente Sánchez no es por tanto un accidente. En realidad, la antigua moderación del PSOE, lo que se sigue llamando su socialdemocracia, era pragmatismo. No es exactamente la misma cosa. Y no deja de parecerse a lo que tanta admiración suscita en Sánchez, que es también una disposición a dejar de lado los principios, y sobre todo la estabilidad general, para satisfacer las ambiciones propias. Eso por no hablar de la línea ideológica que culmina en Rodríguez Zapatero, que Pablo Iglesias aprovecha en beneficio propio y que Sánchez hizo suya para refundar una España confederal y postnacional. Las contradicciones del Gobierno y los perjuicios que estas originan no son por tanto un hecho coyuntural, fácil de solucionar. Vienen de lejos y cambiarlos requerirá algo más que apelar al supuesto reformismo del PSOE.
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