Opinión

¡Basta ya!

Hace ahora 25 años un grupo de intelectuales, comprometido con las cosas que importan, puso en pie una de las iniciativas cívicas más importantes de la historia reciente de España. ¡Basta ya! fue la avanzadilla de la libertad cuando hablar podía costarte los sesos sobre el asfalto. Todo esto en un país donde los sofistas largaban a favor del verdugo. Algunos canónigos de la izquierda disculparon los muertos por la naturaleza política del conflicto. Como si la política hiciera más tolerables los hornos crematorios o el gulag. Las derechas identitarias, hijas del carlismo y amamantadas en los seminarios vascos, bailaron del brazo de los de la olla trufada con amonal y tornillos, que sembraron las calles de España con cadáveres mientras los franceses y la BBC insistían en alabar a los matarifes como si fueran héroes. El maestro Raúl del Pozo, en El Independiente, escribió en esos días de las matanzas requeté-leninistas y avisó que ETA era un acumulador de cólera colectiva, adoctrinada para la religión de la muerte. Frente a los que abogaban por el diente por diente y gritaban paredón, también contra la actitud comemierda de los que aspiraron a comprar su tranquilidad a cambio de justipreciar nuestros derechos políticos, ellos rechazaban hablar de «violentos», como hacían los cursis. Pidieron la palabra no para hablar en nombre de conceptos tan inaprensibles como líricos. No reivindicaron la «paz» ni condenaron «la violencia venga de donde venga», sino que dijeron no a ETA y añadieron que la matriz de la serpiente era una educación en el odio a España y los españoles, a la democracia y la Constitución, a la nación de ciudadanos y a los valores republicanos. ¡Basta ya! nació para borrar el miedo y tomar las calles. Para burlar y condenar el despotismo de la sangre, que canta canciones de cuna al oído de los vivos, y para despreciar los huesos podridos de los muertos, que envenenan la política con la mística del pasado. Cuando los jóvenes preguntan cómo pueden seguir los pasos de esos reporteros que en Sinaloa escriben contra el poder del perro, o más humildemente cómo cumplir con sus obligaciones ciudadanas les diría que no necesitan irse muy lejos. Aquí, en España, hubo gente que se negó a desfilar en las escuadras de los sepultureros. Los demócratas tenemos con ellos una deuda impagable. Eso, y no la purria de quita y pon que ensayan las huestes reaccionarias de la izquierda ídem, y no la pantomima idiota de los que en su vida abrieron la boca excepto para dárselas de lo que nunca han sido, eso, o sea, la insobornable trayectoria de ¡Basta Ya!, fue nuestro verdadero antifascismo. En las horas aciagas, cuando todo me parece una farsa y los políticos hablan como fanáticos y los periodistas repiten consignas, me pongo el discurso de Fernando Savater en la entrega del premio Sájarov a la libertad de conciencia. Es escucharlo y el mundo, si no sentido, vuelve a resultar apetecible. Si ahí fuera hay gente así de admirable, así de generosa, intrépida y admirable, entonces no todo está perdido.