Opinión

Ensoñación

En la ensoñación de una República Española plurinacional, igualitaria y socialista, cabe casi todo. Te cabe pensar que puedes decirle a la prensa lo que está bien y lo que está mal, lo que es verdadero o falso según una realidad prediseñada en función de la nueva normalidad postmonárquica en la que no cabe oposición crítica porque el poder atesora la única verdad admisible. Tampoco discrepancia económica, dado que fuera de la política diseñada y planificada por la nueva autoridad socialista republicana, sólo existe el caos organizativo y la dictadura económica del empresariado que, como todo el mundo sabe, es egoísta e insaciable. Y, por supuesto, cualquier evocación nostálgica o ejercicio de comparación entre la antigua monarquía corrupta y la presente república feliz, es considerada un ejercicio, quizá hasta punible, de cuestionamiento institucional alejado de toda realidad de las preocupaciones populares. La discrepancia es facha, la disensión de extrema derecha. El fascismo se esconde en la crítica disfrazada de apariencia democrática cuando en realidad socaba los principios fundamentales del nuevo régimen.

Evidentemente, esto no es sino una mirada alucinada y distópica a una España imposible. Pero tengo la impresión de que algo así anida en la callada ambición de algunos de nuestros líderes políticos presentes.

Dejo aquí escrito, acaso como anotación al margen, que, como ha sucedido con la intención de cambiar el sistema de elección del Poder Judicial, la Unión Europea no va a permitir ni restricciones democráticas ni aventuras sociopolíticas de nostalgia del Este.

Pero si usted, amable lector que ha sido capaz de llegar hasta aquí sin abandonar el texto, se molesta en repasar de nuevo la exageración consciente de realidades políticas contenidas en el primer párrafo y las compara con declaraciones recientes o actitudes constantes de algunos miembros del ala izquierda del bigobierno, o lo vertido por sus allegados ideológicos en redes sociales, comprobará cómo alguno de sus trazos aparece casi constantemente.

Cualquier periodista crítico, anoto el reciente linchamiento a Vicente Vallés, es tildado de vasallo de no se sabe qué o activista de la extrema derecha. El empresariado que en tiempos de pandemia busca el acuerdo pero pone en valor su papel como creador de empleo y sus dificultades para subir el salario –siquiera el mínimo– en este momento, es egoísta e insolidario. La monarquía es un reducto de poder medieval mantenido tan solo por la extrema derecha política, el poder económico del Ibex y la prensa acanallada que sirve a su dueño y al interés de no se sabe qué corporación. Los políticos del Poder, y algún portavoz parlamentario es muy aficionado, se han convertido en los críticos con la prensa.

No creo que esté en riesgo ni la estabilidad democrática ni la libertad de prensa, ni siquiera la continuidad de la Institución Monárquica en España en el momento presente. Pero sí que hay una parte del poder político en España, con importantes responsabilidades de gobierno para la que el primer párrafo de esta modesta columna sería –es– el objetivo político, la meta a perseguir.