Opinión
Los que crispan
Las terminales de Moncloa llevan meses afeando a la oposición que crispe. Reprochan las banderías en el peor momento. Lloran por la ira que nos devora aquellos que tachan de ultraderecha a la mitad del arco parlamentario. Tampoco sorprende. Recuerden aquel «nos conviene que haya tensión» de José Luis Rodríguez Zapatero a Iñaqui Gabilondo en 2008, cuando después de una entrevista/masaje el periodista le preguntó por los sondeos al entonces presidente. Por lo demás el último lustro ha sido un ininterrumpido, incesante y violento ejercicio de presión partidista, enardecimiento ideológico y agresividad verbal, cuando no institucional, del lado de un PSOE eviscerado/jibarizado por Pedro Sánchez, del Podemos que rodeaba el Congreso, bendecía los escraches y largaba veneno de la casta y, por supuesto, de los secesionistas, que culminan la operación de asalto al Estado con el golpe de 2017. Hablamos de un Pablo Iglesias, hoy vicepresidente, que entiende que sólo ETA comprendió la verdadera naturaleza del régimen del 78 y que confesaba su emoción ante las imágenes de los policías golpeados en Burgos. Iglesias también ha dicho que el ex presidente Felipe González «tiene el pasado manchado de cal viva». En cuanto a Sánchez sobra con recordar que llamó indecente a su antecesor, así como el trato que dispensa a unos tipos a los que previamente había equiparado con lo más putrefacto del neofascismo galo. Ya saben, Quim Torra era el Le Pen español, un racista, etc. Ese mismo Torra, igual que Carles Puigdemont, va por el mundo repitiendo que España es una dictadura con presos políticos. A lo mejor necesitan rememorar las sublimes actuaciones de Gabriel Rufián. Por ejemplo aquella, en sede parlamentaria, cuando recibió al ex presidente, José María Aznar, llamándole «mentiroso». Rufián explicó que el sí en la moción de censura no fue «un sí a Pedro Sánchez, eran un no a ladrones y carceleros como usted». El portavoz de ERC añadió que «a usted simplemente le ha faltado el gato para ser como Vito Corleone» y que esperaba «verlo sentado en un tribunal de Derechos Humanos». Esto por no repasar las declaraciones de sujetos como Pablo Echenique, tan versado en señalar a los crispadores que ya hizo lo propio con Maite Pagaza cuando ésta dio un mitin en el País Vasco. Crispar es que le peguen varios tiros a tu hermano y que protestes cuando el gobierno blanquea a sus verdugos. Crispar también puede parecerse a la reciente entrevista que el diario Público le ha hecho a Arnaldo Otegi, en la que el ex terrorista recibe el tratamiento debido a un noble luchador del Congreso Nacional Africano o un Freedom Rider en la Alabama de 1961. Crispar, en fin, se parece mucho a emplearse dialécticamente contra la oposición como si estuviéramos en vísperas de 1936. Crispar, lo que se dice crispar, es ya el único negocio de un gobierno y mariachis que ha resuelto perpetuarse en el poder a cambio de dinamitar los consensos constitucionales. A la luz de fuego de la inercia guerracivilista los pirómanos prenden dulces cartuchos de dinamita y luego lloran como caimanes.
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