Opinión

El debate de Nochebuena

O si quieres sí, después de que me digas cómo están las abuelas, me cuente mamá que le ha contado la tía Bea y me digas eso que tenía que hacer para poder conseguir la ayuda para volver a empezar.

Alejandro disfruta del privilegio de tener esta noche en casa a Elena, que tiene veintiún años y a Javier, de diecinueve, que estudia en Salamanca y ha podido venir. La cena de Nochebuena es este año algo distinta, como marca el rigor anticovid que se impone en estos tiempos tan difíciles. Por eso Alejandro y su mujer, Martina, sienten que es un regalo poder compartirla con sus hijos .

Hay en la casa una atmósfera tibia, de luces tenues, algunas bombillitas intermitentes de colores por fuera de la ventana, y parpadeos en un árbol de Navidad que este año parece algo más mustio, como contagiado por esa enfermedad que les ha cambiado tanto. Que les ha cambiado todo. Han perdido amigos, han dejado de ver a personas que quieren, los padres de Martina en su casa de Guardamar y la madre de Alejandro en la residencia de Guadalajara; han guardado para otra ocasión viajes o encuentros con personas y lugares que importaban; han empezado a trabajar de otra forma, o, como Elena, han perdido el negocio que empezaba y no tiene horizonte de trabajo. El mundo, el suyo, su pequeño ecosistema de familia y amigos ha cambiado sin que lo esperasen, ha barrido viejas rutinas y lo ha vuelto todo distinto.

Alejandro mira el reloj a las nueve menos diez. Algunas cosas no cambian: en diez minutos el discurso del Jefe del Estado, el mensaje navideño del Rey. Dice la prensa y ha visto en la tele que a cuenta de los asuntos del padre y la presión antimonárquica del republicanismo militante, este va a ser el discurso más importante de Felipe VI. No sólo de su reinado, también -aseguran- desde la aprobación de la Constitución que sostiene el régimen político de Monarquía Parlamentaria. Discrepa, porque piensa que el Rey no debe exponerse a los vaivenes de la política, puesto que su papel está por encima de ella. Y la presión de este año es, sobre todo, política. Pero, bueno, doctores tiene la iglesia.

Empieza el discurso con la evocación a los ausentes, al vacío en miles de hogares, y una llamada a la confianza en el futuro. Elogia después el trabajo de los sanitarios y se acuerda de los jóvenes instando a evitar que la suya sea una generación perdida. No hablará de su padre, claro, deja caer Elena, que simpatiza con Podemos, y votó a Pablo Iglesias, ni pedirá perdón. ¿Por qué ha de hacerlo?, pregunta Javier. Silencio. Responde Alejandro que si hay pecados de su padre no será él quien deba pedir perdón. Pues explicarlo, y ser más explícito en su distanciamiento. ¿En el discurso de Nochebuena? ¿Cuándo ha sido político?, tercia Martina. Vuelven a la pantalla. Referencias al valor de las personas, a sus viajes por España para conocer cómo se está viviendo esta pandemia devastadora, a la Constitución como garante de convivencia democrática, a nuestra capacidad para llegar acuerdos. Por fin, valores éticos, vaya, carga de nuevo Elena, para todos menos para algunos, “principios que están por encima de cualquier consideración, incluso personales o familiares”. ¿Ves?, dice Alejandro volviéndose hacia su hija, ética por encima de la familia. Vale, replica ella, pero sigue sin pedir perdón, ni decir qué le parece. Ni tampoco ha dicho nada de los bloqueos de la derecha ni del golpismo que se ha visto hace poco.

Martina, que, como su marido, votó socialista hasta que Ribera les embaucó, para volver a la izquierda cuando el catalán se ahorcó con el cordón sanitario a Sánchez, mira a su hija con franca sorpresa y lentamente, como queriendo hacerse entender con claridad, le recuerda que el discurso del Jefe del Estado ni es político ni juega a ningún bando. Habla del país, de su gente, de lo que ocupa y, sobre todo, preocupa a los ciudadanos. Ese es su papel y su valor. Sólo entró en el juego para defender la Constitución en el 23F y ante la sedición catalana porque se agredía al Estado que representa. Reprender o hincar rodilla por o ante cualquier conmoción política por la izquierda o por la derecha contaminaría esa condición de institución vertebradora por encima de los políticos y sus diseños, siempre temporales, siempre perecederos. A menudo partidarios, o sea, egoístas. Ese es, precisamente, el valor de la monarquía democrática en España y en otros países europeos: fija su horizonte mucho más allá de la legislatura presente, de los problemas puntuales, de las disputas gaseosas. Por eso habla así.

Terminado el discurso, se sientan a la mesa. Elena tiene el ceño fruncido y Alejandro le abre una ventana: ¿quieres que debatamos sobre el sistema como nos propone tu admirado líder? Monarquía o república ¿te parece? Javier y Martina se miran y el chaval está a punto de soltar una carcajada. Elena relaja el gesto y trata de esconder la sonrisa que también le provoca la propuesta. Vale, Papá, el discurso se ha terminado y ya no me apetece. O si quieres sí, después de que me digas cómo están las abuelas, me cuente mamá que le ha contado la tía Bea y me digas eso que tenía que hacer para poder conseguir la ayuda para volver a empezar.

Ha quedado de fondo la tele que transmite un programa colorista e intrascendente como si esta Navidad fuera una Navidad cualquiera.