Opinión
Lo que no muere
2020 fue el año del bombardeo silencioso y 2021 amenaza con mantener su pulso. En EE.UU. habían prometido que vacunarían a 20 millones de personas antes del final de año, pero de momento apenas suman 2,8 millones. El retraso tiene su origen en la descentralización, que deja la gestión de las vacunas a los últimos monos, con los hospitales huérfanos de personal y los viales acumulados en cajas. El gobierno federal se desentiende y Donald Trump camina enredado en sus locas elucubraciones, más interesado por el autogolpe y las conspiraciones planetarias que por esos 567.000 muertos que pronostican los modelos matemáticos para el 1 de abril. A este paso el trilero rubio, que perdió las elecciones por 7 millones de votos, tendrá que ser desalojado del 1.600 de Pennsylvania Avenue con agua caliente y/o el concurso de un comando de operaciones especiales. Pedro Sánchez, en cambio, tiene casi asegurados muchos años de gobierno. Lo propulsa su buen hacer (sonrían, please) que entre otras cosas corona a España como el segundo país del mundo con más muertos por millón de habitantes. La ruina sanitaria, hija de la chusca negligencia populista, de cuando el machismo, recuerden, mataba más que el virus, se complementa con la promesa de unos fondos europeos que serán repartidos entre unas empresas famélicas y unos medios de comunicación rendidos ante la fusta. Cómo será de formidable la gestión del virus, cómo habrá sido de apoteósica la administración de la crisis, con un exceso de muerte de 77 mil personas, que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, fontanero de la partitocracia, gran campeón de unos meses infames, ha sido premiado con el trampolín a la Generalidad. Podría reeditar el tripartito. El PSC ya acoge a las primeras ratas de la tripulación de Ciudadanos, que abandonan después de haber dilapidado ignominiosamente la histórica victoria de 2017. A diferencia de los Estados Unidos de Kennedy y Lyndon B. Johnson, que antepusieron las leyes a los hombres y salvaron la democracia de la tiranía del pueblo que votaba segregación, entre nosotros gana la vía de José Montilla, profeta que en 2006 anunció que «Ningún tribunal ni ninguna sentencia nos privarán de conseguir nuestros propósitos». Esto, que suena a pura apología del fascismo, recibe aquí cantidad de aplausos. Desobedecer a los jueces es de primero de progresismo. Igual que anteponer los fueros medievales a la ciudadanía. Los vahídos y corazonadas, más las dispensas clánicas y otras prerrogativas tribales, borbotean en una probeta de odio. Las líneas de resistencia son de mantequilla. Los partidos de la oposición balbucean entre la nostalgia por el mundo de ayer, cuando hacíamos manitas con los nacionalistas a cambio de mandanga, y la cabalgata hacia la nada de una derecha populista nutrida con la misma basura ultra que alimenta las turbinas del neoperonismo. La buena noticia es que en 2021 Trump abandona la Casa Blanca; la mala, que en España sigue indemne el trumpismo sanchista y su alianza con los caudillos del Rh negativo y los principitos del exterminio cultural y la segregación en Cataluña.
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