Opinión

Isabel Paterson, pionera liberal

Isabel Paterson (1886-1961) fue una de las tres grandes liberales norteamericanas del siglo XX, junto a Rose Wilder Lane (https://bit.ly/3c0ZTyS) y la mucho más famosa Ayn Rand.
Su obra más importante apareció en 1943, y lleva el extraño título de «El Dios de la Máquina». La autora presenta el texto como «un estudio del flujo de la energía y la naturaleza del Estado como mecanismo».
Sus páginas más célebres corresponden al capítulo 20: «El humanitario con la guillotina» (https://bit.ly/32xv5CJ), en el que denuncia: «el ansia de poder es más fácilmente disfrazada bajo motivos humanitarios o filantrópicos. Atrae naturalmente a la gente que se siente sentimentalmente incómoda ante las desgracias ajenas, mezclado con la búsqueda del elogio inmerecido, y muy particularmente si son gente improductiva». Su capacidad de poner el dedo en la llaga es incuestionable: acusa a los modernos humanitarios de creerse dioses, porque no admiten ni el orden divino ni el natural, «mediante los cuales las personas tienen la capacidad de ayudarse a sí mismas». El propósito último de estos filántropos profesionales «requiere que otros se hallen siempre en una situación de necesidad».
Al revés que Rand y otros liberales, Paterson ni era atea ni atacaba la religión. Al contrario, analizando la tesis clásica de Maine sobre el paso del estatus al contrato, Paterson apunta que la Iglesia Católica medieval no fue una fuerza reaccionaria sino progresista, porque reconocía la propiedad privada, y permitía emanciparse del estatus y liberar el talento individual.
Insiste en la vinculación estrecha entre propiedad y libertad, y tiene frases tajantes sobre el peligro del socialismo: «el poder para hacer cosas por la gente es también el poder de hacerle cosas a la gente»; «cuando una institución no tiene ánimo de lucro, funciona a costa de los productores»; «el gasto publico siempre recae sobre los salarios de los trabajadores»; «una economía compleja necesita la sencillez política del contrato libre»; «la planificación es el despotismo atemperado por la imbecilidad».
Explicó los riesgos políticos de la democracia, en la medida en se extienda el Estado mediante el abuso de la regla de la mayoría, que puede desembocar en la gran confusión de nuestro tiempo, que identifica sencillamente democracia con libertad, e ignora que esta última no depende en última instancia de la forma del poder sino de sus límites.