
Navidad
¿Roscón o «panettone»? Una cuestión política
Si te colonizan gastronómicamente con algo que es bueno, se acepta y aquí no ha pasado nada
Han tratado de disuadirme. Que no escriba de esto, que solo contribuyo a alentar el enfrentamiento y la desunión y que ya tenemos bastante, que mejor escriba de algo menos polémico, de la ETA por ejemplo. Pero me debo a mi oficio y a tratar de hacer del mundo un lugar mejor. Resulta que entre mis allegados, palabra de moda, un debate está generando posiciones cada vez más escoradas y radicales. Un sector no despreciable de mi entorno ha roto el consenso ancestral y se ha entregado a lo que yo considero la amenaza extranjera, la frivolidad gratuita, el «panettone» frente al roscón de reyes.
Después de unos años de ir ganando terreno, el dulce italiano ha entrado en los supermercados en enormes columnas. No necesita de refrigeración y aguanta varios días una vez abierto. Es como esas especies de la fauna invasora que avasallan a la autóctona, tan cargada de carencias. Aunque en España se pueden comprar «panettones» artesanos, mis conocidos solo compran en el supermercado y hablan maravillas de lo que para mí no es más que un bizcocho insípido. La discusión ha ido elevándose de tono en las últimas semanas y el resultado, como en todo conflicto, ha sido la radicalización de posturas. Me lancé a una escalada de engullimiento de roscones fanática. Los de cuarto de kilo se evaporaban y pasé a los de medio y luego a los de kilo, como si la supervivencia de la tradición pesase sobre mis hombros. Ignoro si se puede fenecer de una sobredosis de roscón, pero, Pfizer, aquí tienes mi cuerpo para futuras investigaciones. El caso es que me he sentido un Quijote, cada vez más solo defendiendo el roscón sin nata, la cruda tradición, la verdad de la receta. En mi loca y solitaria cruzada llegué a abrazarme con defensores del roscón relleno, que en otros tiempos me han parecido seres traidores y pusilánimes, y a los que empecé a contemplar como aliados necesarios contra el invasor italiano.
Sin embargo, me han hecho entrar en razón. Me ayudó a tranquilizarme leer en «The Guardian» el otro día que las ventas de Anís del Mono, el otro icono castizo-navideño, han crecido este año un 17 por ciento, según parece, debido al aumento de la repostería casera: rosquillas y otros dulces que mantienen la tradición gastronómica y la magnífica botella con etiqueta darwiniana. Me llamó la atención que un diario inglés se ocupase de la noticia y comprendí que no todo está perdido y que es mejor no entregarse a una carrera suicida, firmé la paz del «panettone» delante de una maravillosa pieza de naranja confitada y pasas. Si te colonizan gastronómicamente con algo que es bueno, se acepta y aquí no ha pasado nada.
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