Opinión
Elogio de nuestros antidisturbios
Los imperios son como las personas: nacen y mueren. Ninguno ha sobrevivido a esta máxima infalible. Lo que está sucediendo en EEUU es muy a mi pesar el principio del fin de la nación más poderosa de la historia, el ocaso de la democracia más sólida del universo. Y, en consecuencia, la semilla del sorpasso de esa dictadura implacable que es China por mucho que se jacte de su PIB o del número de archimillonarios. El recuento de los votos en las presidenciales de noviembre constituye un monumento a la chapuza, especialmente si comparamos la semana que transcurrió con los apenas 120 minutos que tarda Indra en España en facilitarnos el veredicto de las urnas con precisión milimétrica. El episodio que presenciamos el miércoles parecía extraído de una de esas películas de la saga Objetivo: la Casa Blanca u Objetivo Washington DC. Filmes de segunda en los que una docena de terroristas tiene en vilo al país tras secuestrar fácilmente a su presidente o después de bombardear con drones la capital del mundo libre. Imposibles físicos y metafísicos que sólo considerábamos factibles en el séptimo arte. Cuán equivocados estábamos cuando observamos que la ficción solapaba a la realidad con poco más de 1.000 personas asaltando el Capitolio, la sede de la Cámara de Representantes y el Senado ni más ni menos. Casi tan grave como el hecho en sí fue la facilidad con la que los locoides ultratrumpistas irrumpieron sin oposición de una Policía charlotesca. Vamos, que entraron como Pedro por su casa. El espectáculo fue patético, más propio de una república bananera que de la patria de Apple, Nike, Google, Amazon, los drones, Internet, el liberalismo económico o Harvard. Jamás sospeché que la nación que llegó a la Luna sería capaz de caer tan bajo, ni siquiera tras ese conteo de las papeletas que nos recordó a la tramposa Venezuela de Maduro o a la tercermundista Guinea de Obiang. E inevitablemente tracé un paralelismo con lo que aconteció en los dos intentos de invasión de nuestro Congreso, ambos instigados por el actual vicepresidente segundo. Esos Asalta el Congreso que se escondían bajo el eufemístico Rodea el Congreso. Lo mejor de todo es que nuestros antidisturbios, las célebres UIP, no fueron unos pardillos como los washingtonianos: se fajaron y contuvieron a las sucias hordas podemitas que al grito de «Ante el golpe de la mafia, democracia» intentaban tomar violentamente la Cámara Baja. Y lo consiguieron en un perfecto ejercicio de proporcionalidad. Que tenemos los mejores antidisturbios de Europa y tal vez del planeta no lo digo yo, lo aseveran los hechos y, por ejemplo, Scotland Yard, que pide consejo cada vez que hay revueltas graves en Reino Unido. Los perroflautas podemitas intentaron plantarse en la casa de la soberanía popular para impedir «la investidura ilegítima de Rajoy» pese a haber ganado las elecciones de 2011 y 2016. Y se toparon con un dispositivo impecable, la antítesis de la chapuza yanqui. Que son unos cracks lo demuestra también la rabia del embajador del terrorista Otegi en Madrid, un Pablo Iglesias que, frustrado por no haber logrado sus fascistoides fines, se dedicó a expresar «su emoción» por el salvaje apaleamiento de un agente al que no mataron porque Dios no quiso. Lo de Washington certifica dos cosas: que tenemos una Policía para presumir y que los extremos se tocan.
✕
Accede a tu cuenta para comentar