Opinión
Silentes y anodinos
Llevo unos cuantos días esperando que alguno de los ministros del bigobierno que pertenecen a la parte revolucionaria cercana a la gente salga a decir algo a esa gente sobre lo que ha pasado con Filomena. O simplemente a decir algo. O bastaría con que saliera. Supongo que el matrimonio Iglesias Montero debe de estar aislado entre los hielos de Galapagar, en la gélida sierra madrileña. Y algún problema añadido de comunicación con el exterior deben de tener. Es lo malo de compartir vida y al mismo tiempo poder: si se aíslan, enmudece la mitad de la cuota gubernamental de Podemos, y eso es un problema. Las monarquías de verdad, no las que juegan a serlo desde el postureo republicano, resuelven el tema separando al matrimonio real, o al rey y su sucesor o sucesora en viajes o situaciones comprometidas. Los Iglesias no. Y ante lo que parece un problema de indeseado aislamiento, lo que queda al descubierto es un equipo B que no tiene ganas o no puede hablar. Ahí está Garzón, que sigue en el ministerio como dentro de esos trajes que le vienen demasiado holgados, y mejor no decir nada no sea que le saquen lo de las eléctricas y tenga que dar explicaciones; o el ministro de la cosa universitaria, ese ilustre profesor que a la vuelta de los Estados Unidos se olvidó de practicar lo allí aprendido y procuró, en ello sigue, que nosotros también nos olvidáramos de él. Sólo queda la de Trabajo, Yolanda Díaz, pero en honor a la verdad hay que decir que es un verso suelto en esa sinfonía desafinada del ala izquierda del bigobierno, y bastante tiene con ocuparse de mantener vivo y productivo el diálogo social. Ciertamente, iniciativas de dificilísimo curso o ensoñaciones imposibles aparte, se diría que la única tarjeta que hasta ahora puede presentar ese ala izquierda es la labor de Yolanda Díaz, de todos ellos la que lo ha tenido más difícil y quien más se ha comprometido con su responsabilidad de aportar soluciones.
El estrepitoso silencio de los «de la gente» ante situaciones críticas como la nevada pasada y la helada presente y su escandalosa inacción ante el avance de la Pandemia, resultan particularmente inaceptables en quienes no sólo presumen de su cercanía con los ciudadanos –y las ciudadanas–, sino que tienen a su cargo, a través de la vicepresidencia del propio Iglesias, las cuestiones llamadas «sociales», que exigirían una mayor aportación, un esfuerzo real y visible de acción y propuestas, un compromiso que no se ve por ninguna parte.
Porque, claro, no sería justo especular con que en realidad no dicen ni hacen porque nada tienen que decir ni saben hacer. Que su estruendoso silencio respondiera a una estrategia de paso atrás para salir indemne de las crisis y quien se queme sea el PSOE. Que su anodina presencia en el gobierno respondiera a la convicción profunda de que es la única forma que tienen de sobrevivir como partido, y que lo importante no es que hagan, sino que se mantengan. Y así será mientras Sánchez los necesite.
Pero no. Seguro que es un problema de comunicación y que los líderes se han quedado aislados por la nieve.
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