Opinión

La fórmula Ayuso funciona

Me encanta Ayuso. Me encanta ese punto entre naif y killer con el que despacha a la más que presunta delincuente Isa Serra y al repugnante cinismo sanchista. Me encanta recordar cómo convirtió un problema, un linchamiento sin precedentes, en una oportunidad, la de convertirse en la baronesa number 1. Me encantó contemplar cómo el perdonavidas de Sánchez y el hiperbolizado Redondete le plantearon una reunión trampa en Sol y ella la transformó en un cara a cara bilateral como si fuera la mismísima Merkel. Me encanta certificar que la escuela sin complejos de Aguirre continúa. Me encanta observar la cara de tolai de una oposición que ya no sabe qué hacer para descalificar un hospital Zendal que en tiempo récord ha dotado a Madrid de 1.000 camas que están librando de la parca a miles de personas. Y, por encima de todas las cosas, me encanta constatar que hay otra manera de hacer política. La de una presidenta que ha sabido ejecutar con pericia ese triple salto mortal que consiste en combatir este virus diabólico sorteando esa filosofía de tierra quemada que se carga más de lo que remedia. Frente a la corrección política dominante, que sostiene que hay que destruir la economía para destruir al covid, ha probado empíricamente que es posible conciliar el rescate del PIB con la salud de sus administrados. Igual, por cierto, que Suecia. No son cuentos, son cuentas. ¿Cómo se explica, si no, que dentro de lo malísimo Madrid registre mejores estadísticas que seis comunidades que han implementando medidas draconianas que destruyen toda actividad productiva que pillan por delante? En Extremadura, de la que nadie habla porque el presidente es socialista, hay 1.448 casos por cada 100.000 habitantes. En Murcia, 1.332; en la Comunidad Valenciana, que tiene chapados totalmente bares y restaurantes y jibarizado el comercio, 1.245; en Castilla y León, 1.215; en Castilla-La Mancha, 1.158; en La Rioja, 1.208; y en Madrid, 904, cifra que no anda tan lejos de los 799 de Andalucía o de los 689 y los 647 de unas Baleares y una Cataluña que han firmado la sentencia de muerte para toda una generación de todo lo que tenga que ver con ocio y turismo. Más que odiosa, la comparación Madrid-Cataluña es escandalosa. En la primera, bares, restaurantes, tiendas y espectáculos no han cerrado nunca desde que ella ostenta la última palabra. Hasta hace una semana echaban la persiana a las 00.00, ahora les toca mandar a la clientela a casa a las 21.00. En Cataluña se clausuró la hostelería mañana, tarde y noche el 16 de octubre, reabrieron a medio gas el 23 de noviembre y ahora se les permite operar aun a sabiendas de que les sale más a cuenta tener a la plantilla en ERTE que prestar servicio: pueden dar desayunos de 7.30 a 9.30 y comidas de 13 a 15 horas con un pequeño gran matiz, el aforo está limitado al 30%. De cenar, ni hablamos. La diferencia es que, cuando todo esto pase, que pasará, o incluso cuando haya que dar otra vuelta de tuerca a las restricciones porque así lo aconseja la saturación hospitalaria, Madrid habrá salvado los muebles del sector servicios y Cataluña y un largo etcétera de autonomías padecerán una economía de posguerra. Y Ayuso habrá tapado un sinfín de bocas y mantenido cientos de miles de empleos. Ladran, luego cabalga.