Política

El PSC y su papel tras las elecciones catalanas

Las encuestas son muy favorables para Illa, pero veremos qué es lo que sucede finalmente

El gobierno socialista-comunista maneja la propaganda con una maestría encomiable y parece que cuenta con una mayoría holgada, cuando su situación parlamentaria es muy frágil. Es verdad que ha conseguido sacar adelante los presupuestos, algo que nunca dudé, porque ha utilizado con generosidad la chequera y las concesiones para contentar a sus socios independentistas y bilduetarras. El PNV no cuenta, porque siempre está disponible y es sólo una cuestión de precio.

Lo han comprobado todos los presidentes del Gobierno, así como su capacidad a la hora de abandonar el barco cuando más les conviene. No lo puedo criticar, porque nunca engañan y su única prioridad es el País Vasco. Con el fin de hacer buenos negocios, el partido de la burguesía vasca necesita que España vaya bien para seguir con el proceso extractivo que les ha caracterizado desde tiempos inmemoriales. El pactismo está en el ADN del nacionalismo vasco y su independentismo es sólo fuegos de artificio.

A los catalanes nos llamaban, despectivamente, los «fenicios», porque hacer buenos negocios era la prioridad de los ricos burgueses, sus comisionistas y los políticos que enviaban a las Cortes a cerrar los tratos, conseguir subvenciones, modificar o aprobar leyes y decretos desde los tiempos isabelinos. El negocio es el negocio y no tiene que parar, porque España es una vaca a la que ordeñar.

El sistema electoral ha favorecido, precisamente, esta labor de mercadeo que tan rentable ha sido a las elites catalanas formadas por nuevos ricos y otros más antiguos que encontraron en el nacionalismo la tabla de salvación para sus negocios. Ahora sufrimos la peor clase política posible. Es muy difícil elegir a quién votar en las elecciones catalanas viendo la formación académica y la trayectoria profesional. Es asombroso que una sociedad que tenía fama de ser la más avanzada y europeísta de España presente a una colección de mediocres irredentos que han convertido la política en su profesión.

¿Qué hemos hecho para merecernos esto? Es difícil de explicar, pero el modelo electoral sustentado en unos partidos dominados por un sistema oligárquico expulsa a las personas mejor preparadas. A esto se añade el despropósito de trasladar, en algunos casos, el sistema de primarias que conduce a un caudillismo muy pernicioso. Podrían ser positivas si tuviéramos un modelo como el estadounidense en el que la elección o reelección de los senadores y los congresistas no depende del partido, sino de su trabajo y sus votantes. Las listas están formadas, salvo excepciones, por los afectos al aparato del partido, sin que ningún otro mérito sea relevante. Esto permite que las listas se elaboren con tránsfugas, rebotados y otros políticos de diverso pelaje que en un sistema por distritos no conseguirían el escaño.

Están, también, los fanáticos independentistas cuyo único mérito es su lealtad a Junqueras o Puigdemont. Es lo único que importa. Algunos han transitado del constitucionalismo a la independencia catalanizando su nombre para ser más patriotas. Estas elecciones son una prueba muy importante para el PSOE, porque el PSC se ha convertido en una marioneta de La Moncloa. Sánchez impuso su voluntad y apartó a Iceta para colocar a Illa. La realidad es que el gobierno socialista-comunista se mantiene gracias al apoyo de los grupos que le dieron la investidura, entre los que se encuentran los independentistas catalanes.

Por ello, no creo que impida que ERC tenga la presidencia de la Generalitat sea cual sea el resultado que obtenga el ministro de Sanidad. Me gustaría equivocarme e incluso el PP y Cs deberían apoyar gratis una alternativa al frente independentista. No puedo esconder que me gustaría un gobierno constitucionalista y que se desmontara el entramado clientelar organizado por los nacionalistas desde los tiempos de Pujol. Lo que hagan los socialistas tras las elecciones mostrará si están dispuestos a ir de la mano de los que quieren destruir España. Las encuestas son muy favorables para Illa, pero veremos qué es lo que sucede finalmente.

Una parte importante de la burguesía está arrepentida de sus coqueteos con los independentistas cuando restaban importancia a un referéndum. No hay nada peor que la ignorancia y en mayor medida cuando se complementa con la soberbia. Mas, Trias y otros vástagos de ricas familias de empresarios, que siempre están con los que mandan, no midieron bien las consecuencias del proceso que pusieron en marcha, porque al final encumbró a los fanáticos que ahora dirigen ERC, JxCat y el PDdCat. En este delirio que vive la sociedad catalana han irrumpido los antisistema de las CUP y los comunistas desnortados que anidan En Comú Podem de Ada Colau.

Al margen del PSC, el resto del constitucionalismo está triturado y sus expectativas son más bien lamentables. Tras la toca y fuga de Arrimadas en Ciudadanos, después de ganar las anteriores elecciones, poco podemos esperar de las urnas. Fue una ocasión pérdida y solo nos queda llorar por la leche derramada. Illa pretende conseguir votos en ese terreno, aunque con la alianza del PSOE con Podemos y los independentistas me parece un reto difícil de alcanzar. Es verdad que Illa es mejor que sus rivales independentistas, porque tanto Aragonés como Borrás son meras marionetas, respectivamente, de Junqueras y Puigdemont. Uno está en la cárcel y el otro fugado de la Justicia. No está mal como expresión del agujero negro en que se ha convertido la política catalana.

Es verdad que el independentismo cuenta con un notable apoyo electoral, pero no olvidemos que es consecuencia del adoctrinamiento sistemático de una sociedad a partir del control del sistema educativo, las instituciones políticas y los medios de comunicación manejados por la Generalitat. Las mentiras que se difunden, con absoluta impunidad desde hace décadas, han conseguido crear un relato que ha sido asumido por una parte de la población. No olvidemos que esto ha sido con la aquiescencia de un acomplejado socialismo catalán que no quería ser tildado de charnego.