Sociedad

El tema de hoy

El tema de hoy no son los cambios sino cómo y para qué se hagan, limitando sus consecuencias negativas.

Si entendemos hoy, a modo de presente, como un tiempo de fronteras difusas, extendido entre un pasado que se resiste a morir y un futuro que está por llegar, podríamos decir que nos hallamos en una circunstancia normal en el proceso histórico. Eso sí en medio de desafíos y posibilidades que afectan a la supervivencia del propio ser humano, en mayor dimensión que nunca antes. Múltiples paradojas, enmarcando este intervalo entre el ayer y el mañana, tienden a prolongarlo en medio de convulsiones, tan llamativas como superficiales, paralizando la posible «solución» a los problemas. Acaso sea porque, en las últimas décadas, junto a los grandes avances técnicos, se han acentuado la debilidad del pensamiento y la sectorización del conocimiento; mientras se pierden, o al menos se ven postergadas, las creencias constitutivas de anteriores cosmovisiones. Sobre ese entramado la clase política ha impuesto una ideología degradada, simplificada al extremo, que sirve más como herramienta de confrontación, que como factor coadyuvante para la superación de las carencias y contradicciones del sistema vigente.

Un acontecimiento, inesperado y traumático, la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, nos ha puesto en una situación extraña y angustiosa, en la cual se pueden eliminar más fácilmente los obstáculos que ralentizaban la implantación de los deseables cambios económicos, sociales, políticos, culturales... etc. aunque se mantienen notables resistencias. Se anuncia pues una revolución cuyo primer paso es acabar con la normalidad de la realidad que se pretende cambiar. Sin embargo no se encuentra el camino para llevarla a la práctica, de manera suficientemente atractiva. Durante muchos siglos esto hubiera encajado, una vez más, en el sentido de la Historia como progreso; al menos desde San Agustín hasta el rechazo de las diversas teorías deterministas, pasando entre otros muchos por Abenjaldún, cuyos Prolegómenos históricos releyeron con admiración Altamira, Ortega y tantos más. Pero ahora no.

El supuesto progreso de la Historia Universal requería un movimiento en el tiempo y también en el espacio; que se desarrolló de Oriente a Occidente, de Asia a Europa y en los primeros decenios del siglo XX, a América. En lo que llevamos del siglo XXI, todo apunta a una especie de retorno llegando desde el oeste hasta el extremo oriente asiático. Cabría decir también que esa Historia fue el camino entre una serie de «tierras prometidas»; aunque no pocos de aquellos «mundos paradisíacos» acabaron en enormes tragedias, todos lograron despertar, al menos al principio, el entusiasmo de quienes intentaron alcanzarlos. La promesa de una vida mejor, hecha por los dioses, o por sus grandes «profetas», movilizó a los pueblos para llegar a la meta señalada. En el fondo tales proyectos expresaban un afán de dominación, sin que importara demasiado a sus impulsores el coste de sus ambiciones.

¿Cuál es la situación actual? A estas alturas, cuando se niega rotundamente, tanto el carácter progresivo de la Historia como el papel protagonista del hombre, también el escenario del devenir histórico parece abocado a sufrir una transformación decisiva. ¿Cómo se plantea la propuesta de cambio? ¿Hay algo inédito respecto a las anteriores? Aunque se trate una vez más de una pugna por el poder, la respuesta es sí. Lo primero en cuanto al motor de los cambios. La inteligencia artificial, la robótica y la nanotecnología sustituyen en esa función al destino, a los factores religiosos, a la pertenencia a tal o cual pueblo elegido, al determinismo histórico, … etc. Lo segundo, el discurso con el que se llama a implantar un mundo nuevo más prosaico; mediante una serie de propuestas que buscan imponer la sumisión y menos despertar la ilusión de la mayoría. En tercer lugar, los efectos disruptivos, es decir literalmente perjudiciales, perturbadores y problemáticos de esta denominada quinta revolución, calificada como inevitable, generan no pocos temores.

Tomando en cuenta las predicciones de algunos medios, la nueva época acarreará profundas transformaciones en el sistema monetario y financiero, en la estructura productiva, en la actividad laboral, en los esquemas empresariales, en el comercio, en ámbitos como la educación y los servicios médicos, en los modos de vida… En pocos años se llegará a la mayor concentración de poder que jamás haya existido. Las decisiones sobre la economía, la política, la cultura, la mentalidad de la población mundial quedarán en manos de un pequeño número de personas. Su capacidad para controlar al resto de la humanidad aumentará exponencialmente, en proporción inversa a la libertad e intimidad de los individuos. Como ventajas se ofrecen a la par de una vida más sana, la mejor conservación del planeta combatiendo las amenazas del cambio climático. Pero no se oculta que se producirá la reducción drástica de la fuerza laboral, con la consiguiente marginación de muchos millones de personas. Tampoco se puede encubrir la mayor dependencia y subordinación del hombre ante la máquina.

El tema de hoy no son los cambios sino cómo y para qué se hagan, limitando sus consecuencias negativas. Aseguraba G. Clemençeau que el hombre absurdo es aquel que no cambia jamás; aunque tal vez cabría decir que le supera, en este sentido, el que lo hace de manera gregaria aún temiendo que el cambio le acarreé más perjuicios que beneficios.