Vida cotidiana

Qué fue de los canaperos

Qué ha sido de aquellos profesionales de los saraos a los que solías encontrarte con el carrillo lleno en actos de cualquier índole o espectro ideológico

En breve, celebraremos el primer aniversario en el que todos los actos, ruedas de prensa y reuniones se cancelaron. No se está escribiendo lo suficiente sobre qué ha pasado con los «canaperos» durante la pandemia.

Qué ha sido de aquellos profesionales de los saraos a los que solías encontrarte con el carrillo lleno en actos de cualquier índole o espectro ideológico. Siempre lograban estar bien pertrechados ya fuera un cóctel de pie o una cena de gala sentada.

En las grandes aglomeraciones se ubicaban en las zonas donde las bandejas de los camareros salían las primeras.

Asimismo, gozaban de una envidiable habilidad para siempre ir ligeros. Sin nada que obstaculizara los movimientos de los brazos para picar a la menor oportunidad. Algunos son grandes oradores que compaginan a la perfección las conversaciones banales con la selección de los mejores productos.

En los enorme bufés que algunas embajadas organizaban en el Hotel Intercontinental de Madrid, cuando tú te enterabas de que se habían levantado las tapas, ellos ya habían terminado la ronda y se disponían a repetir los platos que más les habían gustado. Recuerdo sus quejas en uno de los últimos macroeventos a los que asistí. El protocolo «dicta» que no se puede comer hasta que el embajador termine su discurso. Y dicho diplomático árabe en cuestión estaba prolífico y charlatán. Vídeos promocionales de su país, sorteos de viajes... y unos indignados con el estómago vacío no hacían más que murmurar que acabara ya. Tenía tres prototipos perfectamente catalogados: el canapero mayor del reino, el «pro» y el reportero disfrutón.

Algo alucinante de mi gremio eran los desayunos organizados por el Foro Nueva Economía. Acudían decenas de empresarios y políticos, pero también íbamos los periodistas a cubrirlo, pues los ponentes eran interesantes y además, tenían percha de actualidad. En las mesas del histórico hotel Ritz reservadas para la prensa, los reporteros solíamos apartar los platos para apoyar nuestros cuadernos. Con el paso de los años, fueron desapareciendo las libretas para convertirse en portátiles. La paradoja es que, cuando ibas a dar ese sorbo de café que tanta falta te hacía, el protagonista solía aprovechar para dar un titular. Por lo que, nada de distracciones, a darle a la tecla. Sin embargo, en la mesa redonda siempre había algún periodista que llamaba la atención por sus altas dosis de experiencia canaperil. Puede que tuviera un pasado en el oficio periodístico, pero ya es que ni disimulaba en tomar notas. Él había ido a desayunar y cumplía con su cometido. Zumo de naranja, napolitanas de chocolate, cruasanes, saladitos... No perdonaba. Y por supuesto, le daba tiempo hasta a pedir una segunda taza de café.

Lo curioso es que, casi un año después, echo de menos cruzarme con este perfil social que tantas veces observé absorta. Nostalgia canapera, volveremos a los actos oficiales.