Encuestas electorales
Elites, encuestas y terremotos
Por mucho que presuma de modernidad e incluso de vanguardismo, la sociedad española sigue instalada en pautas de comportamientos muy antiguo régimen.
Al parecer, cunde una cierta inquietud en el PSOE y en el Gobierno por la caída de votos del progresismo. Según la encuesta publicada ayer en estas páginas de LA RAZÓN, los socios peronistas del gobierno recogerían hoy un escueto 10,9% del electorado. Es un signo de alarma, tras el que asoma la posibilidad de convertirse en una fuerza testimonial. Doble problema para el PSOE, porque aunque funciona la fagotización de Podemos, esta no beneficia al socialismo y está empujando a los podemitas, es decir a los socios del Gobierno progresista, a promover la violencia en la calle el caos en las instituciones.
En la derecha hay motivos de inquietud, pero también los hay de alegría. El voto ilustrado, cosmopolita e inteligente (podíamos añadir algún otro calificativo, como urbanita) de Ciudadanos sigue descendiendo, como era previsible. No lo recoge el PSOE, ni tampoco -o no del todo, ni mucho menos- el PP. Lo recoge VOX, al que también va un importante voto desencantado del progresismo. Los motivos de estos dos hechos están sujetos a discusión, como es natural, pero alguna pista se puede encontrar en las dos entrevistas que la sección “La Contracultura” de este mismo periódico publicaba el pasado domingo, una con Fernando Savater, la otra con Darío Villanueva, ex director de la Real Academia Española. Las declaraciones de Savater admiten pocas interpretaciones. El autor de “Contra las patrias” recuerda cómo en el velatorio de Fernando Buesa, asesinado por la ETA en 2000, tuvo que ser un sindicalista de la UGT quien observara que entre los símbolos presentes faltaba la bandera española. Poco antes, y en la misma entrevista, dejaba otra observación: la de que ha sido la representante de VOX presente en el Parlamento vasco quien ha hecho el discurso “que nos hubiera gustado escuchar durante tantos años a populares y socialistas”. Villanueva no es tan explícitamente político, pero toda la entrevista, sobre la neolengua políticamente correcta, respira indignación acerca de la ofensiva ideológica desatada contra los fundamentos mismos de la lengua castellana. Una ofensiva ante la cual, por lo que se deduce de sus declaraciones, los poderes públicos han dejado solos a los guardianes de la salud del idioma (un poco decaído últimamente, a pesar de los centenares de millones de hablantes).
Por mucho que presuma de modernidad e incluso de vanguardismo, la sociedad española sigue instalada en pautas de comportamientos muy antiguo régimen. Obedece con fidelidad a sus elites y acata, si no con gusto, sí con paciencia y buena voluntad a lo que le mandan. El mito del español beligerante y rebelde está tan lejos de su naturaleza como el del romántico y apasionado: nada más realista y prosaico que un español, como pocos pueblos habrá de mayor docilidad y mansedumbre. Si las elites españolas, de las que Savater y Villanueva constituyen la quintaesencia perfecta, la más aquilatada, han empezado a decir lo que decían el domingo en este periódico, es posible que el cambio que anuncia la encuesta se convierta pronto en un tsunami.
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