Podemos

¿Enredas o trabajas?

No se debería hacer política para asaltar los cielos y cuando se alcanzan, tirarse en paracaídas porque gestionar es aburrido y lo chuli es enredar creyendo que se está cambiando el mundo

Yolanda se levanta a las cinco de la mañana, dándole vueltas al lugar en el que podrán confluir sus posiciones con las de los empresarios y los sindicatos para que entre todos resuelvan el dolorosísimo asunto del paro pandémico. Irene se despierta cada día dispuesta a encabezar la revolución feminista, traer a España la República y evitar que las exenciones fiscales llenen más aún los bolsillos a los ricos.

Una y otra forman parte del mismo gobierno por voluntad de la misma persona, Pablo Iglesias. También profesan la misma ideología, ambas son comunistas. Pero la distancia que les separa, considerando la gestión política y sus resultados, es tanta como la que se marca en el trazo grueso de sus confesadas inquietudes. La primera está empeñada en solucionar problemas, la otra en tomar al asalto los cielos. Para arreglar las cosas, o más aún para cambiarlas, hay que trabajar, cosa que no se requiere para la ensoñación del asalto, que únicamente necesita un poco de brío dialéctico de asamblea universitaria. Y ganas de enredar, eso sí.

El comunismo es hoy una ideología muerta y enterrada por el devastador fracaso de quienes la convirtieron en contrato social obligatorio durante décadas, pero admite debate. Como toda posición ideológica. Como lo admite el nacionalismo. E incluso el nacionalismo comunista, que es una especie de declaración contradictoria en sus principios, pero sostenida con vehemente firmeza por quienes se autodefinen como independentistas de izquierda.

En este país, gracias a la Constitución de 1978 se puede ser comunista, nacionalista, independentista…de cualquier ideología imaginable o inimaginable, siempre que se acepte o al menos respete el juego democrático en el que participa. Incluso ser abiertamente anticonstitucional y estar en el Gobierno.

Pero cada ejercicio tiene su tiempo y su lugar. Si quiebras la ley, enfrentas la pena, como sucede con los líderes del «procés» que están en prisión por delitos recogidos en el Código Penal, no por su ideología independentista. Me sigue pareciendo enternecedora o patética, según el día, esa acusación a España de su limitación democrática por reprimir el independentismo realizada por independentistas que hablan con absoluta libertad desde la tribuna del Parlamento o los medios de comunicación, contradiciendo con los hechos sus propias afirmaciones.

Ahora bien, cuando llegas al Gobierno, lo que toca es gobernar.

Se supone que esa obtención democrática del poder, de la capacidad de gobernar, es la aspiración de cualquier persona que se arroja al complicado ruedo de la política. Pero la práctica, la realidad de lo que vivimos y estamos viviendo estos días nos dice que no todo el mundo está entendiendo de qué va esto.

Yolanda es, como Irene, comunista. También cree, como Irene, que los líderes del procés son presos políticos. Probablemente, hasta piense, como Irene, que las exenciones fiscales no son el mejor instrumento para el reparto de la riqueza. Y quizá, igual que ella, sea partidaria de subir considerablemente los impuestos y nacionalizar las grandes empresas. Pero la ministra de Trabajo es consciente de su responsabilidad y sabe que está en el Gobierno. Irene Montero, no. De hecho, tampoco lo sabía muy bien Pablo Iglesias y cuando se ha dado cuenta ha aprovechado la primera oportunidad para salir corriendo.

No se puede hacer al tiempo gobierno y oposición. No se debería hacer política para asaltar los cielos y cuando se alcanzan, tirarse en paracaídas porque gestionar es aburrido y lo chuli es enredar creyendo que se está cambiando el mundo y liderando la Historia.

La política es gestión. El compromiso de un gobierno, hacerlo para todos. La calidad democrática al frente de un ministerio no es imponer tu ideología, sino servirte de ella para, con los pies en la tierra y los mimbres a tu disposición, tejer normas e impulsar proyectos que mejoren la vida de la gente. Poner delante la ideología, en vez de otorgarle su valor de fundamento es confundir el mapa con el territorio, hacer «gobiernos de Padrón», que unas veces son gobierno y otras oposición.

Tiene su aquel que la única ministra de Podemos que no entra en ese juego tenga que ser gallega.

El gesto de Iglesias designando a Yolanda Diaz sucesora podría ser inteligente y noble. Lo primero, porque el talante y experiencia de la ministra la capacitan para reunificar los votos a la izquierda del PSOE. La nobleza se la daría reconocer la actuación de alguien que no se ha sometido a las consignas del propio Iglesias. Pero difumina sus virtudes el hecho mismo de la designación, primero como vicepresidenta segunda –pretensión que ella misma terminó frustrando– y luego como sucesora al frente de Podemos. Tienen ambas un tufillo machistoide y cesarista que, pese al valor político del gesto, lo devuelven a la casilla de salida de quienes están en la política no para mejorar la vida cotidiana, sino para pasar buscar su momento en la Historia.

Y, oye, que hay que trabajar, pues nos vamos.