Política

Unas lecciones para la historia

Faltan dos días para las elecciones que marcarán el futuro de España más allá de la comunidad de Madrid. Pedro Sánchez, el peor presidente de la historia de la democracia, reventó las clavijas comunes. Apostó por transformar las líneas rojas en naipes para jugar en el casino. Del PSOE de entonces, con todas sus contradicciones, resta una cáscara vacía. El cadáver ventrílocuo que actúa movido por los resortes de un príncipe cesarista sin más principios que los puramente instrumentales, diseñados para asegurarle la permanencia en Moncloa. Sánchez hizo de los comicios madrileños el enésimo plebiscito a la carta más baja, convencido de que el culto al odio y las políticas agonistas, que todo lo arrasan, le procurarán la herramienta definitiva para estabular al centro derecha y granjearse unas mayorías indestructibles. Para lograrlo necesitaba la complicidad de quien es estos días aplauden que los poderes públicos dejen sin vacunar a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, policías y guardias civiles destinados en la Cataluña de la peste. Quiero decir que para Sánchez lo primero nunca fue el suelo. El humus constitucional. Nadie puede hacer el caldo gordo a la ignominia vivida con los funcionarios públicos abandonados, racismo puro, fruto inevitable de una ideología radioactiva, nadie puede ser cómplice de quienes anteponen los derechos de la tribu, la sangre, etc, a la nación de ciudadanos, libres e iguales, y sostener luego que la suya es una postura democrática, humanista, ilustrada, etc. De izquierdas o derechas, conservadores, liberales, socialdemócratas, lo que quieran, pero sobre todo, antes que nada, demócratas. La que esta gente (por decirlo con mi querido Mikel Arteta, pura «ultraderecha, organicista, segadora de derechos individuales frente a la comunidad, insolidaria y recelosa del Estado de derecho») y sus desnortados mayordomos de la izquierda mainstream, quieren llevarse por delante. A la entente con los populistas y demagogos iliberales Sánchez, y hablo de Sánchez porque suya fue la decisión de presentarse en Madrid por persona interpuesta, añadió el cóctel de madrileñofobia habitual, más los aullidos hiperventilados de quienes confunden la capital española con el Berlín de los años treinta. Las del 4 de mayo, entonces, son unas elecciones para recuperar los consensos democráticos.