Cartas desde Singapur

Del Revés

Cartas desde Singapur

He aprendido a llorar. He aprendido a abrazar el cambio y mis emociones. No es fácil. Y no lo es porque no es una cuestión que esté normalizada. Siempre fue de débiles. De locos. Tengo miedo a la luz de la oscuridad. Oscuridad que, en muchas ocasiones, reside dentro de mí.

Somos el producto de nuestra mente, nuestro cuerpo y, en mi opinión, también de nuestra alma. La montura perfecta de un trípode que da estabilidad a nuestras vidas. No somos más que cumulonimbos de sentimientos enmarañados. Siempre imagino la mente como la frenología explicada por Fowler a través de un busto. Anulamos nuestras emociones. Recuerdo jugar con mi amigo Paco en un parque de la provincia de Jiangxi, en China. Él pensaba una pregunta y yo una respuesta. Ambas aleatorias y sin compartirlas con el otro. A la de 3, ambos las intercambiábamos de forma inconexa en un juego de surrealismo que creaba parejas pregunta-respuesta preciosas. En una iteración, su pregunta fue: “¿Qué es el llanto?”. Mi respuesta, aleatoria, fue: “Un tratamiento anticorrosivo del alma”. En ocasiones regreso a ese momento. Aprendí entonces que somos sentimientos hechos persona, pero nunca se nos enseñó a entendernos. Rechazamos su idioma.

En una sociedad que avanza a la velocidad del rayo, que nos invita a hacer las cosas como si fuésemos a morir mañana enredados en tentáculos de medusa, el cambio es constante. Variaciones en forma de paro, soledad, inseguridades insufladas por el sueño americano y miedo al qué dirán los huracanes de opinión. Pasamos horas y horas frente a una pantalla. Tenemos un gemelo digital que adiestramos para cubrir nuestras inseguridades. En internet nos hacemos fuertes, pero hay que tener cuidado. No hay más que ver las estadísticas preocupantes de jóvenes entre 18 y 34 años que deciden quitarse la vida ante la indefensión e incomprensión de un mundo sin piedad.

Perdonarse y perdonar, estrés, ansiedad, la búsqueda de propósito, la caza dañina de la felicidad, la incertidumbre, depresiones, parejas que van y vienen, planes que se tuercen, personas tóxicas, qué dirán… Renglones torcidos. En muchas ocasiones, nos saboteamos y somos incapaces de plantar cara a nuestros demonios. No estamos preparados para hablar de ello. No entendemos nuestra mente. Por eso hay que normalizar la conversación. ‘Hablar de...’ es la antesala de ‘hacer por...’.

Lo más importante: no es de locos. El cine ha hecho un flaco favor dibujando con camisa de fuerza a todo aquel que levantase la mano para abrir las puertas de su mente. Entiendo que da vértigo. Al final, es algo que no podemos ver, pero en la medida en que tiene efectos reales sobre quiénes somos y cómo socializamos, existe tanto como una rotura de muñeca. ¿O acaso no fue real la relación amorosa de Pigmalión y su escultura Galatea? ¿Sentimos vergüenza por ir a hacernos un chequeo médico o una radiografía? ¿Verdad que no? No debe ser un estigma social. No podemos pretender que aquellos que tienen una enfermedad mental, actúen como si no la tuvieran. Cuando te rompes un pie, no te dicen que intentes moverlo. No pueden existir dos varas de medir. De lo contrario, los muros crecen y las sombras se ciernen sobre nosotros permitiendo que la rabia del encierro haga que los monstruos nos visiten. Monstruos que sólo nosotros vemos.

En Singapur, donde resido actualmente, no se concibe lo anterior. Desde carteles en el metro a la universidad, la salud mental es algo que se cultiva y se protege. No se considera un elemento ajeno al ser humano. Se cuida con programas que no estigmatizan a aquel o aquella que pide ayuda. Se normaliza hablar de ansiedad, estrés, depresión. Se ha dado un portazo al miedo. Más en tiempos de pandemia cuando los nuestros vienen y van. Todo cambia alrededor. En noviembre del año pasado distribuyeron una guía para el bienestar mental en el puesto de trabajo que incluía números de atención telefónica, iniciativas como My Mental Health de Temasek o www.mindline.sg, así como recursos de entrenamiento para las empresas. Hemos de darle la importancia que tiene.

En España lo más cerca que hemos estado de abrazar la conversación sin tabús fue cuando Disney estrenó la película “Del Revés”. Por un momento eliminamos las barreras para hablar sobre la tristeza, el temor, la furia, la alegría y el desagrado. Somos un sistema complejo. La mente nos da fuerza. Cuando lo descubras, tu vida comenzará de nuevo. Es el escondite donde me encuentro cuando me pierdo.

Me encantaría vivir en una España con especialistas accesibles por todos con los que hablar de estos temas, donde este tipo de enseñanzas vayan de la mano de las de primeros auxilios. El kit de iniciación de cualquier ciudadano. Líneas de atención, visitas al médico cubiertas por la Seguridad Social… Sé que llegaremos. He empezado a escuchar algún murmullo en el Congreso de los Diputados. Hasta entonces, abraza tus sentimientos, llora, grita y vuela. Normaliza. Sólo entonces avanzaremos.

P.D: España, te echo de menos.