Política

Alabando al líder supremo

«Tan culpables son los que le pelotean como los tocapelotas que no hacen nada»

El socialismo español se cree mecido por los dioses pero ha vendido, como otras veces en la historia, su alma al diablo. Lo que hoy es el PSOE se reduce a Pedro Sánchez y un coro de sacerdotes que le ungen de incienso para restar el hedor que se les cuela por las cañerías. La cuestión era alabar al líder supremo o ausentarse, como ayer Fernández Vara y Page, para no salir en una foto de la que igual han de arrepentirse o que se mostrarían algún día cuando sean cadáveres políticos, como esas imágenes post mortem con la que se honraban a los difuntos en el siglo XIX, de cuando la muerte era parte de la vida y los carruajes fúnebres cruzaban por el centro del pueblo. Da igual. El sanchismo ha matado al socialismo. Los que ayer aplaudían su explicación sobre los indultos también están ya en otro mundo aunque no lo sepan. Puede que Sánchez vuelva a ganar unas elecciones y que nos gobierne durante muchos años más, pero a los socialistas pata negra les costará recobrar la confianza de los electores por lo que solo les queda encomendarse a su dios o atravesar el duro desierto de la oposición por traicionar a España. La socialdemocracia se pierde en su propio laberinto, no tiene respuestas para el mundo que viene más allá de aparentar ser vanguardistas con normas como la ley trans, reaccionarias o de tufo totalitario. De ahí que lo único que puede salvarla es el marketing.

Visto así, Pedro Sánchez, aunque no nos guste, es lo mejor que le puede pasar al PSOE, un partido que no tiene claro dónde empieza y termina España y que no sabe si se acostará masculino y se levantará femenino. Por un lado están los pelotas, que se arrodillan ante el líder que cimentan con pegamento el sillón y, por otro, los tocapelotas, esos barones que hablan mucho y no hacen nada, lo que de alguna manera los convierte en cómplices cobardes que no quieren limpiar la sangre. Sánchez puede con todos, les ha robado el partido y la dignidad. Que no vengan después a dar lecciones de progresismo y democracia. Al pasar por el aro se condenan a ser para siempre unas mascotas en el circo de los horrores.