Mónaco

Charlene, princesa a la fuga

Mientras tanto, su marido tiene pendiente una prueba de paternidad para ver si hay más vástagos principescos fuera del matrimonio.

Mónaco siempre me ha parecido un país imaginario. Me recuerda las películas de aventuras y románticas de Hollywood que transcurren en reinos de nombres estrafalarios y más recientemente protagonizadas por príncipes o princesas que se enamoran de plebeyos y se emiten en algunos canales temáticos. Es un principado de cartón piedra con una existencia absurda, una reminiscencia de la Edad Media, y rodeado de polémicas, escándalos y personajes variopintos que son sólo útiles para salir en los programas o las páginas dedicadas a temas del corazón. El actual soberano se llama Alberto II y no es precisamente un actor de Hollywood que destile atractivo, simpatía o carisma. Es más bien todo lo contrario. Nada encontramos de los genes de la elegante y bella Grace Kelly. No hay más que verle cuando se disfraza con el uniforme monegasco donde parece un policía urbano entrado en carnes que intenta organizar, sin éxito, la circulación en una plaza de alguna ciudad del sur de Italia. Mónaco es un paraíso para los millonarios que gozan de una privilegiada fiscalidad, algo que debería ocupar y preocupar, porque no pagan los impuestos en sus países de origen.

Es un principado históricamente de arribistas, con la excepción de algún soberano culturalmente interesante, pero son la excepción. La propia irrelevancia del enclave ha hecho que perdure en el tiempo y que se haya ido reinventado para sobrevivir como el negocio de una familia. En su día fue el juego, ahora es la fiscalidad y la buena vida para millonarios ociosos y deseosos de evadir legalmente el pago de impuestos. Ya se sabe que don dinero es muy poderoso y todo lo puede. La última y divertida noticia, dentro de los escándalos que dan vida al principado, es tener a la princesa consorte a la fuga. La exnadadora Charlene Wittstock, lo mejor es verla a sus 43 años con ese corte de pelo de media cabeza rapada, se encuentra a la fuga, dicho de forma simbólica, en Sudáfrica. Mientras tanto, su marido tiene pendiente una prueba de paternidad para ver si hay más vástagos principescos fuera del matrimonio. A sus 63 años, el príncipe está hecho un campeón y al menos no defrauda ofreciendo, junto con sus hermanas, buenos titulares, fotos divertidas, glamour trasnochado y reportajes que mantienen al principado en la prensa del corazón.