Lionel Messi

Fuera de lugar

Es un verano extraño, insólito, de perfiles particulares en lo que sigue subiendo la luz

Nos avisa Meteorología de que llega una ola de calor, y uno mira el calendario y se pregunta cómo lleva tanto retraso este año. A once de agosto todavía lo estábamos esperando. Aunque en el norte, desde donde comparto hoy líneas y cierto estupor, sigue la niebla enseñoreándose de las montañas y la lluvia no cesa en intervalos superiores a veinticuatro horas. Supongo que el calor, si llega, lo hará más tarde.

Es un verano extraño, como desprovisto de carácter, moderado en el clima y abrupto en escenarios que suelen ser alérgicos a las grandes conmociones. Se va Messi, recala en París, compañero será de Sergio Ramos, y el alma del fútbol, que suele localizarse entre los aficionados más que en directivos o jugadores, se arruga hasta derramar lágrimas de las que solo provocan las despedidas de por vida al ser amado. Será eso: que el amor en estos tiempos de incertidumbre, sectarismo y desamor, se despliega allá donde hay colores que definen tribus y marcan diferencias. El dios contemporáneo es el color de la camiseta de los míos.

Me comenta un amigo ajeno a la política y su análisis que es escandaloso el clima de sectarismo y división que se percibe en el ambiente. Y no sólo el político. Las redes sociales, las conversaciones de bar, hasta los botellones ilegales están trufados de desencuentros inevitables entre personas que contemplan su universo como el único defendible y su verdad es el dogma del que distanciarse es pecado imperdonable. Unos lloran a Messi y otros se alegran por su marcha. Pocos meten el cuchillo en la entraña de su razón y casi nadie conoce la verdad.

No se toman vacaciones la pandemia ni el precio de la luz. Previsible e inquietante lo primero, inaceptable y abusivo lo segundo. Si seguimos sin aceptar que la covid sigue aquí y que muta, varía, viaja o como se diga, para ir haciendo más difícil su erradicación o control, seguirá creciendo y habrá más contagios y más muertos. Si creemos que ya podemos abrazarnos y compartir como si no hubiera un mañana de pandemia, estamos abocados a no desprendernos de ella. Pero lo de la luz ya es otro cantar. El palo empezó con Filomena y hoy no hay forma de que la factura de la luz entre de nuevo en vereda. Cada día es un récord. Y ahora que viene otra ola de calor y la gente tiene la insólita costumbre de poner el aire acondicionado durante el día, seguiremos registrando récord sobre récord.

Es un verano extraño, insólito, de perfiles particulares en los que sigue subiendo la luz como si fuera invierno, ajena a la voluntad de un gobierno que se va de vacaciones en la confianza de regresar más relajado y lúcido –así sea–; el calor llega tarde y mal, como si hubiera querido hacerse de rogar, y el mundo de fútbol, siempre tan previsible salvo en los resultados de los partidos, se enfrenta a emisiones de intensidad máxima y guerras entre clubes e instituciones de máxima temperatura.

Todo a destiempo, fuera de lugar. O quizá sea yo el desubicado. Vaya usted a saber.