Verano

Fábulas

Las hormigas –que gracias a los fabulistas pasan por modelo de prudencia y previsión– son en realidad unas ladronas sectarias y frenéticas, unas saqueadoras psicopáticas.

Yo no sé ustedes, pero servidor se ha pasado gran parte de este verano desalojando las hormigas que cíclicamente invadían mi cocina estival. Con estos calores, bastaba que dejara olvidada alguna porción de alimento sobre los mármoles para encontrarlos enseguida tomados por un ejército de voraces insectos, cual Kabul por los talibanes.

Si me ocupaba de que los alimentos quedaran correctamente guardados y fuera de su alcance, no pasaba nada; en ese punto, las hormigas y yo alcanzábamos un pacto de caballeros y no hacían acto de presencia por mi hogar. Ahora bien, un simple despiste, una pereza veraniega a la hora de recoger las viandas y las codiciosas hormigas se abalanzaban sobre ellas sin respetar fronteras ni cortesías de urbanidad. Esta canícula he podido, por tanto, observarlas en acción atentamente repetidas veces y he llegado a la conclusión de que Esopo y La Fontaine nos engañaron.

Las hormigas –que gracias a los fabulistas pasan por modelo de prudencia y previsión– son en realidad unas ladronas sectarias y frenéticas, unas saqueadoras psicopáticas. Su voracidad imprudente es de un automatismo ciego, de un dogmatismo descerebrado. Luchar contra ellas es luchar contra la cerrilidad más irracional e irrespetuosa, llevada fanáticamente en equipo. Mi escepticismo ha alcanzado su cenit cuando haciendo una pequeña investigación entomológica sobre su oponente –la cigarra– he descubierto que, contrariamente a lo que se ha hecho circular sobre ella, no muere en invierno, sino que vive de lo que han chupado de la corteza de los árboles sin expoliar para nada a los seres humanos.

Entiéndanme, soy músico. Es normal, por tanto, que sienta cierta simpatía por quien dedica su vida al canto. Pero si además ha sido calumniado, la simpatía se reduplica por mera solidaridad con las víctimas. Lo más detestable de la hormiga es que se sienta cómoda, sin ganas de rebelarse, perteneciendo a una obligatoria maquinaria colectiva orientada al constante latrocinio organizado. Lo grave es haber escogido en base a esas calumnias a la implacable hormiga como ejemplo y metáfora de nuestra sociedad. Es una señal terrible que explica entonces perfectamente el imperio de la codicia y la voracidad que campa en nuestro mundo moderno.