Afganistán
#afghanistanwomen
Cuando gire el foco, otro burka, el del apagón informativo, caerá sobre ellas
Dos equipos de jinetes se disputan los restos de una cabra decapitada y sin extremidades para llevarla a la llamada «zona de justicia». No hay reglas definidas y, muchas veces, ni siquiera árbitro. Es «buzkashi», el deporte nacional de Afganistán en el que, por supuesto, solo participan los hombres y que, arraigado desde la Edad Media y financiado ahora por los señores de la guerra, no cuenta con las mujeres. Ni falta que hace, pensará usted. Ni falta que hace, pienso yo. Pero la exclusión de este juego macabro y ancestral se suma al insoportable listado de prohibiciones que han sufrido, sufren y (terriblemente) sufrirán las afganas. Han nacido en uno de los peores lugares del mundo para ser mujer, incluso antes de los talibanes: el país ocupa el puesto 157 de 162 del Índice de Desigualdad de Género de Naciones Unidas, ocho de cada diez sufren violencia doméstica, un 60% es obligada a contraer matrimonio antes de los 18 años y 2,2 millones de niñas no van a la escuela... por no insistir en el veto a la risa, a la música o la condena de ver pasar la vida bajo siete kilos de tela azul o negra. Datos y estadísticas que dejan vislumbrar el espanto oculto por las tinieblas de la desinformación: ONU Mujeres reconoce que cuenta con menos del 40% de los indicadores necesarios para elaborar sus informes. Aunque este agónico agosto permite ver el horror a través del foco informativo, otro velo, otro siniestro burka, caerá sobre Afganistán cuando finalicen las evacuaciones y esconderá, aún más, a sus mujeres. Entonces habrá que recurrir al aliado de las redes sociales, ese hilo que mantiene conectadas al mundo a activistas, periodistas y universitarias afganas estos días mientras piden ayuda y van perdiendo las esperanzas forjadas a lo largo de dos décadas: un «hashtag» para reducir los kilómetros que las separan de sus derechos. Y, espoleados por el «deber civil y el desafío moral» que defendía Oriana Fallaci, hay que aspirar a que nuestra voz, nuestros manifiestos, nuestras preguntas (¿qué podemos hacer por vosotras?) cristalicen en el compromiso de las mujeres (y los hombres) occidentales para evitar que su SOS en las redes se pierda como un mensaje en una botella que se lanza al mar.
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