Opinión

La mentira

No es que yo sea una firme defensora de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. La verdad –lo dice el protagonista de mis novelas negras– está muy sobrevalorada. A veces, si no se tiene nada bueno que decir, mejor callar. Pero eso no necesariamente significa mentir. Mentir tiene otras consecuencias. Sobre todo, cuando se involucra a otros, que es casi siempre. Pero en algunos casos, más. La última mentira sobre una agresión homófoba se cierne ahora sobre todos nosotros.

Durante días no solo hemos comprobado cómo los políticos son capaces de utilizar cualquier asunto no testado como arma arrojadiza con tal de señalar a sus adversarios, sino que nos hemos alimentado de toda suerte de confesiones de pánico sobre la vida en Madrid, a cuenta del aumento de los delitos de odio. Los hay. En Madrid y en Tombuctú. Pero no tanto como nos quieren hacer ver.

Los malos hacen mucho ruido, sí, pero son muchos más lo buenos, los tranquilos, los normales… O lo que es lo mismo, los que saben que cualquier tendencia sexual es igual de respetable que otra. Que alguien haga una denuncia falsa sobre lo que sea, pero más aún sobre una agresión homófoba o sobre malos tratos, es peor que una mentira cualquiera porque no solamente involucra al que miente y al señalado en la mentira, sino que perjudica a colectivos aún desfavorecidos que han ido consiguiendo sus derechos y consideración con muchísimo esfuerzo.

Con lo cual, no es raro que el artífice del engaño esté más que volado y espero que sea suficientemente sancionado. Pero, ¿y qué pasa con tantos que han justificado en un hecho falso el miedo que sienten viviendo en la ciudad de Madrid? ¿Acaso no es eso otra forma mentir?