ETA

La capucha de Otegi

Es la manera de hacer política de la izquierda abertzale, la solución Otegi, con un entorno de manos manchadas de sangre

En diez años han ido cayendo, como los diez negritos, los que estuvieron alrededor de la propaganda aquella de disolución de ETA. Todos menos Otegi. El hombre de paz sigue trayendo, de cuando en cuando, en vez del ruido metálico que explota, ramitas de olivo, como buen halcón disfrazado de paloma mensajera. Otegi es, hoy más que nunca, un hombre con capucha, un señor sin rostro que cobija a todos los que salían por televisión anunciando tejemanejes. Su cara remite a otras caras que siempre son las mismas: terroristas tapados con el burka del horror. No se puede mirar a los ojos a Otegi porque quizá no sean los suyos. Ese remedo de perdón no es más que una carcasa de voz que busca poder en el recuerdo retorcido de las víctimas, más que la redención ansía que los que mandan le den vía libre para convertirse de vampiro a príncipe azul.

Es tan creíble Otegi en «prime time» como El Prenda de la manada. Yo no quería pero pasó. Estábamos en la borrachera ideológica y nos llevamos a algunos por delante, pero ya puedo presentarme ante los ojos de los dioses políticos como un humano que además de simpatía por el diablo, a lo Rolling, siente empatía por los que saltaron por los aires y por el daño violado. Son los efectos colaterales de hacer caso a la serpiente. La capucha que es Otegi es la misma con la que quieren desviar la historia hacia los confines de su castillo que se comunica por un pasadizo con la misma Moncloa.

Es la manera de hacer política de la izquierda abertzale, la solución Otegi, con un entorno de manos manchadas de sangre. Sería mejor, digo, colaborar con la Policía, desvelar quiénes estuvieron detrás de los casos sin resolver, en vez de celebrar homenajes a los asesinos que vuelven a sus hogares como héroes que es lo que da sentido a una vida alucinada que les deja dormir por las noches. El resto de criminales mirarán a una bombilla parpadeante por la que se pasea una mosca. Y aunque hicieran todo lo que según escribo deberían hacer, me pensaría si los perdonaba.