Opinión

Recuerdos del pasado

Una de las cosas que más temo es perder la memoria. El que no tiene recuerdos, no tiene vida; por suerte, muchos los tengo plasmados en blanco sobre negro por mi oficio, otros en los medios escritos donde trabajé y esta semana quisiera dedicar un modestísimo homenaje a quien fue el más grande del toreo: Luis Miguel Dominguín por la amistad que me unió con él y con Rosario, su última mujer, y también para desmitificar la imagen cruel que su hijo Miguel ha dejado entrever en las páginas de un libro de memorias. Para ello echo mano de una entrevista que le hice en su casa de Sotogrande en septiembre de 1992. Camilo José y él tuvieron una estrecha amistad durante la cual compartieron no sólo tardes en las plazas, y copas entre amigos, sino también noches de mujeres ya que ambos eran propensos a los romances. El torero fue un hombre de su tiempo que triunfó por su arte que nada tuvo que ver con el mito que se forjó a su alrededor. Ha sido el más grande para muchos y la fama de mujeriego le vino dada por su atractivo físico además de por la leyenda de su romance con Ava Gardner, la mujer que bebía dry martinis por metros, porque se los servían uno al lado del otro, en fila, para satisfacer su capricho además de su sed de alcohol.

Conocí también a Lucía Bosé, la madre de sus hijos que “padeció” un amor ciego por él. Siempre recuerdo cuando me contaba aquella estampa de Luis Miguel subido a un caballo, despojándose de su camisa blanca para utilizarla a modo de muleta con un toro que se resistía a entrar en el cerrado. Ella desde la ventana de aquella casa de la finca La Virgen, en Andújar, contemplando la belleza de la imagen, enloquecía de amor por aquel hombre. Así me lo expresó en repetidas ocasiones sin ocultar la tristeza de sus ojos por la nostalgia de aquel matrimonio fallido por las infidelidades. El torero, como Lucía lo llamaba siempre, se abstuvo en decirme durante aquella charleta rodeados de un cuidadísimo jardín, que a los doce años, cuando comenzaba en el arte del toreo, tan denostado hoy día -¡Dios mí, qué hubiera dicho el maestro!-, pensaba ya en las mujeres asegurando que a lo largo de su vida no le dieron más que felicidad “con los cinco sentidos” y a quienes se encomendaba mientras se vestía de luces. Finalmente halló el sosiego con Rosario Primo de Rivera de quien dijo que había sido fundamental en su vida y que sin ella “nada tendría objeto”. Ambos mantuvieron una vida sana, sin tumultos, salían a navegar cada mañana en un pequeño barquito del que volvían a tiempo para hacer su siesta, jugar al paddle, estar un rato con los amigos y acostarse temprano. Iban siempre que podían a los toros. Con él asistimos a la inauguración de la nueva plaza de La Coruña, invitados por el queridísimo Paco Vázquez, alcalde durante tantos años y socialista íntegro, en cuya corrida toreó Morenito de Maracay –no me acuerdo del resto de la terna-, nos brindó a cada matrimonio el primero y el cuarto de la tarde, y aquellos días disfrutamos del pulpo y la empanada por las tabernas de la calle de los Olmos. Hoy ya no está para dar respuesta a los lamentos de su hijo. Es muy fácil acusar a quien no puede defenderse.

CODA. Ustedes disculparán que en estas líneas de hoy no me haya referido al afán de Sánchez de acabar con las instituciones para demoler el estado democrático; ni de que en Mallorca el PSOE ascienda al responsable de los centros de menores con casos de abusos y prostitución; ni del recorte de las pensiones; ni de las maniobras militares de Rusia y Bielorrusia en la frontera con Polonia. Es que he preferido referirme a uno de los hombres importantes del siglo XX en España ya que sus hijos, como siempre ocurre, reniegan de él veinticinco años después de su muerte.